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Los Paredes, una familia de estatuas humanas en el Centro de Lima [Crónica]

Foto 2 de 10

Son madre, hijos, hermanos, primos que pintan sus cuerpos y representan a esclavos del siglo XVIII. Para ellos, esto es más que un pasatiempo, es una forma de ganarse de la vida.

Esteban Acuña

Esteban Acuña

@estebanbigotes

César Montalván Paredes, de 19 años, toma un buen desayuno por la mañana para aguantar estar de pie por cerca de seis horas diarias, o incluso más. Dice que en ese momento del día debe ingerir mucha leche para cuidar su piel, pues todos los días cubre su rostro, su torso y sus brazos de un mineral terroso de color negro llamado ocre.

Él es una más de las estatuas humanas que trabaja en pleno Jirón de la Unión, en el Centro Histórico de Lima. Cuenta que la inspiración llegó cuando leyó el libro ’12 años de esclavitud’. Entonces decidió que su personaje sería un esclavo del siglo XVIII. Empezó hacer esto en el año 2012, a la edad de 14 años.

“Cuando vine a la capital conocí a un pata que es cómico ambulante y hacía de estatua humana. Él fue quien me enseñó a hacer esto. Mi papá también era payaso y nos pintaba a mí y a mi hermano de payasitos, por eso siempre me gustó el arte, siempre me gustó sentir la admiración de la gente, eso es algo magnifico”, asegura.

César Montalván, 19 años, en el centro de Lima | Foto: David Huamaní

Además de cubrir su cuerpo de color negro, su vestimenta incorpora cadenas hechas de plástico. Su mirada pesimista también ayuda. Cuando empieza el show, suena una música, se sube a una tarima de madera desde la que se levanta una cruz con estacas pegadas con pegamento y cinta adhesiva. También cuelgan calaveras hechas a manos. La estatua grita y se sacude. Es toda una ‘performance’.

A su lado, hay cuatro personas más. Una es su madre y su prima que también interpretan a esclavas sirvientas, según dicen. Ellas cubren su rostro con purpurina dorada, lo que les otorga una apariencia de estatua envejecida.

Más allá está su hermano y el novio de su prima. Estos parecen esclavos sacados de una película de Mad Max. Y hay más, en total son nueve, y están todos esparcidos a lo largo del Jirón de la Unión.

Oriundos de Cajamarca

Para los que transitan frecuentemente en el Centro de Lima, las estatuas humanas ya no son una novedad. Parece como si se hubiesen multiplicado con el tiempo. De hecho, algunos transeúntes consideran que ellos son los culpables del tumulto que se genera en una de las calles más concurridas de la capital. Pese a todo, siguen captando la atención de la gente.

Algunos de estos artistas urbanos viven en grupo, en los alrededores del Centro de Lima; alquilan un cuarto y así viven el día a día. Pero la historia de esta familia es algo diferente. Noemí Paredes, de 40 años, madre de César Montalván, llegó a Lima hace siete años, en 2010. Se fue de Jaén, en Cajamarca, junto a sus cuatro hijos (dos años antes se había separado del padre de los menores), con el objetivo de mejorar su situación económica.

Noemí Paredes, de 40 años, se arregla el maquillaje | Foto: David Huamaní

Cuando llegó a Lima se dedicó a vender ropa, y sus hijos se dedicaron a labores varias, como atender menús y pollerías. Un día vio a su hijo César Montalván trabajando de estatua humana, y afirma que le gustó. Primero se sumó la hija de su hermana, luego el novio de ella, luego otro de sus hijos, y así se fueron sumando, hasta que ella también se atrevió.

“Cada uno viene a su hora. Yo vengo a las 9, otros a las 10, otros a las 11. El que quiere puede venir a la hora que quiera, porque nada está prohibido. Damos gracias al alcalde”, explica Noemí, agradecida, aunque a fines de 2016 funcionarios de la Municipalidad intentaran desalojarlos.

Hoy, aseguran, pueden trabajar con normalidad. Pero, a diferencia de otros países como Estados Unidos o España (recuerden el famoso pasillo del Hollywood Boulevard o la Rambla de Barcelona, respectivamente) no tienen ningún permiso especial para trabajar en la calle.

Una forma de ganarse la vida

Para esta familia, este es un modo de ganarse la vida. Todos han aprendido el arte de las estatuas humanas mirando. Ninguno ha pasado por cursos de actuación, ni maneja sofisticadas técnicas de expresión corporal. Pero demuestran tener la intención de hacer lo mejor que pueden.

“Esto es un arte, nosotros no nos copiamos, hacemos nuestro traje, nos pintamos, nos gusta que la gente nos vea, que nos aprecien. Hay gente ignorante, nos dicen que somos vagos, haraganes, y nosotros no le hacemos caso, hacemos oídos sordos”, dice Daysy Paredes, de 22 años, quien se dedica a esto hace un año.

Daysy Paredes, de 22 años, en el Jirón de la Unión |Foto: David Huamaní

Probablemente, el escenario, los trajes, la música, los bailes son una forma de complementar la falta de técnica (las estatuas humanas de antaño solían contar solo con su cuerpo). Pero sin ser demasiado estrictos, ellos consiguen su objetivo, que es llamar la atención del público y hacerse del dinero para el pan de cada día.

En un día bueno, pueden hacerse hasta 50 soles cada uno, aproximadamente. Claro que también hay días malos, en los que apenas consiguen 20 o 30 soles. En Semana Santa cuentan que uno de estos artistas se hizo de 500 soles en dos días, trabajando de 9 de la mañana a 8 de la noche.

César Montalván dice que no quiere hacer siempre el mismo personaje. Próximamente, piensa en representar a un inca. Él, que ya lleva siete años haciendo esto, es el más consciente del trabajo previo que se requiere para lograr una buena representación.

—Ser estatua no es fácil. Hay que tener una concentración, debes estar bien quieto, la respiración baja, con el corazón y la mente tranquila, como una estatua.

Y agrega que su mensaje habla de la libertad, “de querer romper las cadenas y no poder hacerlo, yo doy a entender ese sufrimiento”.

Cuando termina la jornada de trabajo, cerca de las 8 de la noche, Montalván se regresa a su casa en Villa El Salvador, su escenografía y la de toda su familia se guarda en un espacio ubicado en el centro de la ciudad. Su madre y sus hermanos se van a una casa que alquilan cerca del Parque Universitario. Lo cierto es que no se van con las manos vacías*.

En un día bueno pueden hacerse 50 soles | Foto: David Huamaní


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