Pablo Vilcachagua
@pablovil
El martes 19 de octubre, tres bomberos entraron a un almacén donde el fuego reinaba. No salieron más. Quién sabe si se trató de una venganza de la muerte. Al cabo, los hombres de rojo le habían arrebatado varias vidas de sus manos en emergencias anteriores. Alonso Salas, Raúl Lee Sánchez y Eduardo Jiménez murieron con sus trajes puestos, perdieron la vida en esa labor que no les traía ningún beneficio más que ese silencioso pero gran honor de ser llamados héroes.
HERMANDAD
En la compañía de bomberos Grau 16 de Barranco todos se llaman hermanos. Con 40 años en servicio, el brigadier Joaquín Escobar es uno de los más antiguos en la bomba y junto a él una veintena de jóvenes, en edad o corazón, aguardan alertas una tarde de diciembre. Mientras esperan, unos revisan las unidades, otros practican con las cortadoras hidráulicas, los demás limpian el lugar. Desde la puerta observa Pablo Mariluz, un ex bombero que no deja de visitarlos todos los días, a pesar de haberse retirado hace dos años por sobrepasar los 70 que dicta la norma.
De pronto suena la alarma.
Todos corren a colocarse sus trajes. No es un incendio, pero sí una emergencia médica. Cinco se lanzan hacia la ambulancia y en menos de un minuto están fuera. El resto da un respiro y continúa alerta, atento a las radios que llevan pegadas a la cintura. En la bomba de Barranco nadie descansa.
SERVICIO
La compañía de bomberos Ate 169 tiene más desalojos que vehículos. Se fundó el 2000, en Huaycán, en un pequeño local prestado, y 16 años después sigue en la misma situación, aunque ahora en una pequeña esquina del enorme Mercado Mayorista de Santa Anita. El agua hace falta y, por momentos, las ganas de continuar. Tan solo tres unidades sortean las estrechas calles de Ate para acudir a una emergencia bajo y sobre la mirada de los poblados cerros.
Los bomberos peruanos son sinónimo de valentía pero también son protagonistas de una desafortunada frase: “pa’ huevones los bomberos”. Esas cuatro palabras han marcado al brigadier de la compañía 169, Rubén Marchand. “Sé que no es así, pero da rabia, ¿no?”, repite, confesando –inexplicablemente avergonzado– que a fin de mes el pago del Internet en la bomba sale del bolsillo de ellos.
Rubén solo admite lamentos por unos minutos. Es más, por ahora mira alegre el futuro de su compañía. Todo indica que tendrán un terreno propio y, orgulloso, no se cansa de repetirlo. Así se los ha prometido el alcalde del distrito, quien les consiguió un pequeño espacio en una zona aún por urbanizar. “Algo es algo”, lanza sin perder la sonrisa, la misma que acompaña a su compañero Felipe Chapuñán, quien decidió ingresar a la bomba a poco de cumplir los 40 años sin importarle viajar desde Chaclacayo cada mañana para cumplir con sus turnos.
Tanto en Barranco como en Ate, los bomberos están convencidos de estar en el camino correcto. Confirman que para vestir el traje rojo es indispensable retirarse la pesada armadura que significan los intereses personales. Aplausos infinitos .
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