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Opinión

Los últimos acontecimientos son una muestra de qué profundos son los problemas que afectan a la Policía Nacional del Perú. Y muy difíciles de resolver. Tienen que ver, por un lado, con una falta de identidad, y por el otro, por una corrupción cuasi institucionalizada.

Carlos Tapia,Opina.21
ctapia@peru21.com

Respecto de lo primero, las causas tendríamos que encontrarlas cuando los institutos policiales de entonces, Guardia Civil (GC), Guardia Republicana (GR) y Policía de Investigaciones del Perú (PIP) se vieron involucrados en la lucha contra la subversión terrorista, antes del ingreso de las FF.AA. Los batallones contrasubversivos de los Sinchis y los Llapan Atic fueron los primeros en aprender en el terreno la lucha contra el senderismo con una estrategia equivocada, creyéndose una fuerza de ocupación en nuestra serranía convulsionada. Posteriormente, vastos contingentes policiales se incorporaron a las “patrullas combinadas” junto con los soldados del EP. De allí aprendieron del rigor de la disciplina militar y de los excesos de la guerra sucia, entre ellos gozar de la impunidad. También la complicidad con sus superiores y el falso espíritu de cuerpo.

Pero es la corrupción, el factor más importante que descalifica a la institución. Comienza desde que los nuevos policías recién egresados se dan cuenta de cómo los más experimentados sacan provecho propio de su tratamiento a los civiles. Y cómo tienen que repartirse el botín con quien le dio la gasolina para el patrullero, y el oficial que les designó el área de patrullaje cerca a una discoteca. Los oficiales saben qué compromisos deben de aceptar para ser destinados a una frontera o en una zona cocalera. Los altos jefes, saben cómo negociar con los malos políticos. Se sienten útiles para toda actividad prohibida, saben entrar al toma y daca. La incondicionalidad al poder político, en sus lados más oscuros, caracteriza a quienes quieren llegar a la cúpula policial por un camino inmerecido. ¡Hay que refundar la PNP!


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