Los televidentes latinoamericanos se dividen en dos: los que aman El Chavo del 8 y los mexicanos. Allá pasamos la infancia viéndolo, usamos sus frases, pero renegamos de su herencia: nos hace sentir como el hijo de un papá famoso que sólo quiere ser normal, o como la hermana fea y aburrida de una chica muy guapa. Cuando viajamos al sur, todos nos hablan con frases de El Chavo y quieren recordarnos los capítulos del viaje a Acapulco o el día que el Señor Barriga se sentó encima de Don Ramón. Somos los únicos que participamos con desgano en las conversaciones entusiastas sobre la más exitosa serie cómica de la televisión en español de todos los tiempos. Hace unos días un amigo peruano que vive en México se lamentaba de que sus hijas no miraran ese programa de ‘Chespirito’ cuyos episodios él había aprendido de memoria cuando niño. Me alegré: hay futuro sin El Chavo.