23.ABR Martes, 2024
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Opinión

“Sin Omran no se hablaría de los millones de niños que sobreviven en conflictos (…) Sin Aylan los gobiernos no estarían obligados a afrontar el drama de refugiados”.

La imagen de un niño sirio de Alepo, Omran, en estado de shock y con la cara llena de polvo, sentado en el impecable asiento de una ambulancia, fue difundida hace poco en la mayoría de los medios y en muchas redes sociales como símbolo de los niños que nacieron en una guerra que persiste desde hace más de 5 años.


De inmediato, la tragedia siria recobró la importancia mediática que va decayendo porque vivimos tiempos de abrumadora información, exceso de estímulos visuales y búsqueda de evasión. Gracias a esa fotografía se escribieron y comentaron centenares de análisis sobre los millones de personas que sufren en Iraq y Siria desde que se iniciaron sus guerras civiles que, con la emergencia del Estado Islámico, se transformaron en conflictos transnacionales.


Sin Omran no se hablaría en estos días de la cantidad de millones de niños que nacieron y sobreviven en conflictos bélicos en el mundo, al igual que sin la imagen de Aylan, el niño sirio ahogado que fue fotografiado en las orillas de la costa suroeste de Turquía hace casi un año, los gobiernos europeos no se hubiesen visto obligados a afrontar con seriedad el drama de los refugiados del Medio Oriente y África que se desarrollaba con bajo perfil comunicacional desde 2013.


Es el poder de algunas imágenes, que a veces, por una cuestión de azar para fotógrafos que han tomado miles de otras instantáneas trágicas de guerras, hambrunas, o cualquier calamidad de la naturaleza (incluyendo la humana), sin proponérselos consiguen el efecto de sobrecogimiento que tantas otras no logran. ¿Por qué estas fotos nos estremecen? ¿Acaso revelan nuestra impotencia?


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