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Opinión

Un emotivo réquiem por los que perdieron.

Está demostrado que los peruanos podemos postular al Congreso por las razones más alucinantes. La ciudadana María Santos Vásquez Rafael, por ejemplo, fue con el número 16 en la lista de PPK gracias al único mérito conocido de haber sido la muy mediática empleada doméstica a quien la ministra de la Mujer Carmen Omonte no pagó beneficios sociales por maternidad. Su sola condición de Natacha -cabeceada-por-político fue suficiente para que sus entusiastas impulsores le vieran pasta de legisladora. No es tan insólito que no ganara; en realidad, no sé si alguien esperaría que todas las empleadas del hogar del país votaran por ella en masa. Lo que sí llama la atención es que a su sangrona patrona, la guapa Omonte, tampoco le alcanzaron los votos para reelegirse, lo cual no implica necesariamente que vaya a volver a las labores domésticas como penitencia. También en la lista de los cuyes postuló doña Rosa Núñez, temible ex esposa de César Acuña, obviamente fichada por su potencial condición de arma de destrucción masiva en el supuesto de que su otrora cónyuge le disputara a Pedro Pablo el paso a la segunda vuelta, pero, como eso nunca sucedió, se convirtió en el inútil antídoto para un veneno que ya no existía, de modo que sus alegres planes de continuidad se fueron al tacho. Otra derrota que no me apena ni un poquito es la de Gian Carlo Vacchelli, el más claro ejemplo de las personas que, apelando a la misericordia del prójimo, convierten su discapacidad física en una carrera muy rentable: las únicas veces en que el bendito Angelito hizo noticia en estos cinco años fue cuando se quedó dormido durante el mensaje presidencial (admitamos que no fue el único) y cuando los empresarios Ricardo Yzaguirre y César Montoya lo denunciaron por estafa porque nunca les devolvió las quince lucas verdes que le prestaron. Como dijeron en Twitter más de una vez: si quiere dormir, que duerma en su cama que va a estar mucho más cómodo y, además, nos sale gratis. El loable afán de reivindicar a las putas y a su noble oficio fue la razón por la que el Frente Amplio decidió reclutar a doña Ángela Villón, conocida líder sindicalista de las trabajadoras sexuales que escandalizó a los sectores más recalcitrantes de la derecha beata y estirada. Su principal promesa electoral, sin embargo –“Hagamos del Congreso, un burdel”–, cayó en saco roto quizá porque ofrecía hacer algo que estaba hecho de antemano: el Congreso es un burdel desde hace un montón de tiempo, estimada colega.

Más que por sus archiconocidos anticuchos, celebro que Rennán –“el cien juicios”– Espinoza y el huanchaquero José León, “Pantaleón”, no hayan vuelto a ganar, no tanto porque esto certifique el sensible fallecimiento de “Perú Posible”, que eso iba a ocurrir también sin su ayuda, sino por la obscena cantidad de billete dilapidado en campaña por el primero de ellos, Rennán con doble ene, quien no tuvo peor idea que erigirse a sí mismo –y a sus cien juicios– en el símbolo de la lucha contra la delincuencia. Francamente. Cualquiera que haya pasado por la Panamericana Norte en las últimas semanas sabe que el malogrado cacharro de tamaño prócer –el mismo que hablaba de PPKabros, ¿se acuerdan?– estuvo arruinando el ornato cada diez cuadras con su carota en gigantescos paneles que deben haber costado una verdadera fortuna de dudosa procedencia. El único que derrochó más plata que él debe haber sido el solidario José Luna, que –previo pago de un óbolo generoso– empapelaba hasta las fachadas de las chozas de las invasiones con su cara. Y todo por las puras alverjas, porque su lista ni siquiera llegó hasta el 10 de abril. Colgado de la fama de su hermano Alberto –a la manera de Patricio Suárez Vértiz o Chris Soifer–, el infausto Fernando Andrade (solo recordable por haberse descolgado de la ventana del baño de la residencia del embajador de Japón, poniendo en riesgo la vida de todos los demás rehenes del MRTA) también se quedó, con toda justicia, fuera de la fiesta, al igual que nuestra salerosa y dicharachera ex alcaldesa Susana Villarán, cuya extraña y letal mutación al urrestismo nadie comprendió, comprende ni comprenderá jamás.

Que ser un gran futbolista no te convierte necesariamente en un gran fiscalizador es algo que Roberto “El Chorrillano” Palacios tendría que haber entendido antes de intentar siquiera candidatear. Para las glorias del deporte está el bronce de los laureles del estadio y no los del Palacio Legislativo, como lo sabe muy bien nuestra Zurda de Oro, la emprendedora Cecilia Tait, que por más que saltó del barco chakano justo antes de que se hundiera, no logró remontar su considerable marcador en contra ni con la ayuda de la ostentosa 4x4 Mercedes Benz que se maneja. Nadie le creyó su novísima militancia ppkausa después de haber sido la única candidata al Congreso que se lucía modelando del brazo del mismísimo Toledo en el spot del 2011. Ahorros, por lo menos, seguro que tiene. Tampoco la hicieron el ex cura Marco Arana, antiminero vicepresidente de Verónika, ni Marisol Espinoza, ex nacionalista y hoy acuñista vicepresidenta de Humala. Ninguno de los dos consiguió arañar la caoba de un escaño esta vez, quizá porque la gente confía cada vez menos en los exes. Pero si hay un fracaso que celebro con globos, sopla-pitos, pica-pica y serpentinas es el de nuestro Ku Klux Klan criollo, ya ustedes saben a quiénes me refiero: la banda de los cucufatos, los inquisidores, los chupacirios, todas esas viejas sarmentosas que murmuran maldiciones cubriéndose el rostro con sus mantillas de encaje negro que, juntas, son casi una estampa de Pancho Fierro, las clásicas, típicas y pintorescas sahumadoras del Congreso: Juan Carlos Eguren, Carlos Tubino Arias-Schreiber, Humberto Lay y –si Papalindo nos hace el milagrito extra– ojalá también el inenarrable pastorcete Julio Rosas. Los electores los han mandado abrumadoramente al carajo. Al mismo carajo al que mandaron también al no menos cacaseno Nano Guerra García. Que sepan los falsos profetas que ya fueron. La gente ya no les compra sus sermones de miedo. Que ardan eternamente en las llamas del infierno de la indiferencia popular. Y que se mortifiquen la carne, azotando con ortiga los huérfanos como castigo.


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