Analista político
Quisiera volver, en este artículo, al tema de los largos ciclos de género, hombre-mujer, que parece que la historia dibuja a través de miles de años. Habíamos dicho que, antes de Mesopotamia, la diosa Triamet era creadora y monopolizaba desde la guerra hasta el amor. Luego, empezaron los dioses varones a competir con esas monumentales diosas que, en el cielo, representaban la hegemonía femenina en la tierra. Poco a poco, los dioses varones se fueron imponiendo. Primero “seamos iguales”, y así fueron Isis y Osiris hasta ser dominantes, como Zeus. Finalmente, llegó el monoteísmo a derrotar a lo femenino en el espectro de lo simbólico, pues fue la primera vez en la historia que un dios varón creó (¡al género humano!) sin concurso de mujer.
En este largo ciclo masculino, que es el más conocido gracias a la escritura y la arqueología, hay características viriles comunes a lo largo de estos miles de años de historia. Salvo pequeñas islas de democracia o República, en Roma y Grecia, lo que domina la historia masculina es la continua presencia de la estructura monárquica y las aristocracias, con diferentes características. La violencia es la linfa de las monarquías, tanto que Marx en uno de sus escasos aciertos perdurables asegura que “la violencia es la partera de la historia”. No parece que lo mismo se pueda aplicar a la época femenil que creó la agricultura y la domesticación de animales, como fuente no beligerante y sustentable de alimento.
Recordemos que la ira es la benzina y, al mismo tiempo, el gran valor de la violencia. Ya en la Ilíada son divinas la ira de Aquiles y de Eneas. Y, en adelante, será un valor excelso. Dos grandes géneros literarios, la épica y la epopeya, se fundamentan en la ira, y el héroe de gesta, y el santo guerrero…, la muerte como un altar. ¿No es extraño que en la distante historia no se detecten asesinos seriales? Es que los sociópatas, los que asesinaban a todo ser vivo, como cuando los caballeros cristianos tomaron Jerusalém, eran apreciados, promovidos, recibían blasones, títulos y tierras. No quiero decir que esto sea bueno o malo, digo que cada género tiene características propias, donde el varón es capaz de liberar con mayor facilidad la ira, y con ella hará el perdurable ciclo que hemos llamado hasta hoy “historia”. A medida que las monarquías se han ido extinguiendo, sus valores también y, con ello, el poder del varón. Hoy, a los iracundos, el juez los manda a terapias de cólera, y el sistema ya no se fundamenta en la ira, sino en valores más materiales, ¿más terrenales?, la avaricia y la ambición, la linfa del capitalismo.
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