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Opinión

Al venezolano Gustavo Tovar le sorprendió, en una reunión, que gerentes europeos de transnacionales se jactaran de hacer actos ilegales en el Tercer Mundo que no harían en la Eurozona. Gustavo acuñó entonces el término “élites inmorales”. Trump —la voz de un importante inconsciente colectivo norteamericano— ponderó: “Saddam (Hussein) mataba terroristas sin leerles sus derechos”. Rodríguez Zapatero recibió plata chavista y se presenta como negociador neutral. Las burguesías latinoamericanas admiran a China porque no tiene sindicatos ni huelgas. En síntesis, el peligro del capitalismo —sistema del bienestar y derechos inalienables— es que sus élites, apenas pueden, actúan como los comunistas: todo para mí.

Moralejas varias. Ni EE.UU. ni Europa harán algo para liberar a Venezuela y a Cuba de sus dictaduras. Levantarán las manos para ser ovacionados por las galerías, pero no entrarán al ruedo. Eso sí, oportunistas, aparecerán para gobernar la reconstrucción democrática y nosotros, alma de esclavos, celebraremos no el retorno a la libertad, sino al parvulario occidental en lugar del sino-cubano. Otra. Debemos crear una moral moderna para debilitar a las élites capitalistas sin destruirlas. Fue un error en América Latina barrerlas, quizá era inevitable, pero un error que atrasó a las sociedades. Otra. Es un parámetro bobo esperar que las élites sean santas y “el presidente bueno”. Las élites son feroces. Los gobernantes buenos y puros son una infantilización de catecismo. Madurar significará trabajar en el difícil equilibrio entre el poder de la élite y el de la sociedad. Sí, achicar el Estado y sí no perdonarle a la banca el asalto desvergonzado de los dineros del ahorrista durante cada crisis.


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