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Opinión

El 12 de abril, apenas dos días después de la primera vuelta de las elecciones generales 2016, sostuve en estas páginas lo siguiente: “Los programas de Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski tienen más semejanzas que diferencias, lo cual puede llevar a ambos grupos a alejarse de un debate programático para centrarse en insultos, acusaciones y guerra sucia. Esperamos que, advertidos de ello, realicen todo esfuerzo por mantenerse alejados de dicha estrategia electoral. No solo basta con que los líderes enfaticen y promocionen un debate de ideas y no de insultos, también deberán los voceros (oficiales y no oficiales) hacer el esfuerzo. Otra vez, ojalá lo entiendan así”.

El mensaje era, hoy parece, obvio: si ambas candidaturas presentaban planes y equipos parecidos, pues solo funcionaría la descalificación del oponente. El problema, para el largo plazo, era la gobernabilidad. Pero, ya sabemos, en dicho tipo de riñas solo vale ganar, así sea a costa del futuro y del país.

El 16 de mayo, pocos días después del primer debate, señalamos: “Y como para ser consecuentes con la estrategia, primó el ataque a las propuestas, las pullas a la búsqueda de consensos… en fin, ganar como sea las elecciones a costa de que el Perú no avance durante el próximo gobierno. Porque, después de dicho enfrentamiento, ¿quedará espacio para la negociación en el próximo Congreso? El debate pudo servir para ambos partidos, pero sirvió poco para los peruanos”.

Durante la segunda vuelta, recordemos, las pullas y los insultos subían sus decibeles cada día. Lo crucial era ya no que no se insulten (era imposible por la dinámica), sino que los insultos no pasen de una línea de no retorno.

Lamentablemente, no pasó mucho tiempo para que ello sucediera. El 19 de mayo hicimos un llamado: “… a Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski, a sus equipos y a quienes rodean sus candidaturas, para que bajen –varios decibeles– sus ataques e insultos. Entendemos que compiten por la Presidencia (nada menos), pero por favor entiendan que quienes bancamos sus apuestas somos los 30 millones de peruanos”. El llamado, por cierto, cayó en saco roto.

El 6 de junio, al día siguiente de la segunda vuelta, anotamos: “Cierto, es posible que los ppkausas asuman que no pueden vivir bajo la amenaza fujimorista y que, por lo tanto, hay poco por negociar. Es un escenario. El otro es que, para llevar adelante las reformas que ofrecieron, intenten conseguir algún acuerdo político con el fujimorismo”.

Una vez más, era evidente que del resultado electoral de la segunda vuelta solo había dos grandes caminos (con varias desviaciones, por cierto): o el gobierno ppkausa veía en el fujimorismo a un potencial aliado para llevar adelante las reformas que ambas agrupaciones proponían, o el enfrentamiento entre estos dos grupos (y poderes, a fin de cuentas) paralizaría al país por cinco años.

Pues bien, no hemos llegado ni al primer año y ya queda claro cuál era el camino idóneo para el país. No digo para todos los peruanos, porque es cierto que hay una masa muy grande de antifujimoristas que no acepta la posibilidad de un entendimiento con dicho partido político; peor aún, el gobierno asumió los consejos de muchos de ellos (contrató, incluso, a varios de ellos), y ya vemos los resultados.

Gobernar no se trata de contentar a todos, ni se trata de hacer política electoral (no, al menos, mientras no exista un delfín que lo valide), menos aún de cobrarse revanchas personales, partidarias o ideológicas. Quienes han aprovechado el poder como una extensión de sus antipatías y ambiciones ideológicas ya sabemos dónde han terminado y cómo han dejado al país. El reciente gobierno nacionalista es una muestra de ello: en lugar de gobernar, se preocuparon por sus vendettas y sus negociados.

Como van las cosas, el gobierno de PPK pasará a la historia como el que, teniendo excelentes cuadros y un entorno externo favorable, poco pudo hacer por el país, algo así como “la gran oportunidad perdida”. Sí, algunos recordarán al fujimorismo como “el gran obstruccionista”, pero ellos no gobiernan (léase, no cargan con la responsabilidad de estos cinco años).

Desde el 6 de junio del año pasado, algunos analistas y periodistas han ratificado sus esperanzas de ver un entendimiento, así sea superficial, entre el gobierno y la mayoría fujimorista en la oposición. Sin embargo, pasados 10 meses, no solo no hay ningún acuerdo, sino que todo apunta a que no sucederá. Y si ello es así, ¿cómo serán los próximos 4 años?


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