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Opinión

“Las comparaciones suelen ser odiosas (y a veces, ociosas), pero es inevitable observar lo que sucede en Brasil y no pensar en las similitudes con el Perú”.

Las comparaciones suelen ser odiosas (y a veces, ociosas), pero es inevitable observar lo que sucede en Brasil y no pensar en las similitudes con el Perú.

Si de magnitudes se trata, y por increíble que parezca, las corruptelas locales son una bicoca al costado de las de nuestros vecinos. Peor aún, las instituciones, que empezaban a brindar cierto grado de esperanza, rápidamente se repliegan a su estatus natural, protegiendo a los corruptos de los pocos que claman por justicia.

Recordemos. Luis Inacio ‘Lula’ Da Silva acaba su mandato con una alta popularidad (80% de aprobación) el 31 de diciembre de 2010. El Partido de los Trabajadores (PT), gracias a una gestión populista muy efectiva y a un equipo de estrategas y de marketing político de primera, consigue la victoria en las elecciones con Dilma Rousseff a la cabeza. El caso Lava Jato salta a la opinión pública a inicios de 2014; las movilizaciones y la indignación no se hicieron esperar. Rousseff cayó a mediados de 2016 por un proceso de impeachment guiado más por violar la ley presupuestaria (es decir, no por el caso Lava Jato).

Para la mayoría de analistas, a Dilma la derrocan para salvar al país de una mayor angustia política; era evidente que el PT impediría un proceso judicial imparcial y honesto contra Lula y las principales empresas constructoras de Brasil. Los 6 millones de brasileños marchando en las principales calles auguraban un desenlace trágico. Era ella o la catástrofe.

A Dilma la sucede el presidente del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), Michel Temer, en medio de arrestos masivos de funcionarios y empresarios. Son centenas de procesados, muchos de ellos ligados al actual gobierno. Hoy, gracias a unos audios propalados (en los que el mandatario brasileño estaría pactando un soborno para ocultar unos testimonios), la presidencia de Temer se pone en entredicho.

Es decir, no queda títere con cabeza. Peor aún, en las encuestas presidenciales para las elecciones generales de 2018, ¡aparece Lula a la cabeza! Una pesadilla que, parece, nunca acabará.


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