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Opinión

Esta semana, el Instituto Nacional de Estadística e Informática publicó el informe técnico “Evolución de la pobreza monetaria 2007-2016”, texto que oficializa las cuentas de pobreza y pobreza extrema en el Perú. El dato más importante, sin duda, es aquel de la incidencia de pobreza nacional, la cual baja 1.1 puntos para situarse en 20.7%, el nivel más bajo de nuestra historia.

La verdad es que, si analizamos los últimos 50 años de nuestra historia, esta es sin lugar a dudas la más importante noticia, dato o realidad. A nivel global, la reducción de la pobreza ha sido tremenda en dicho plazo: en 1960 se situaba alrededor del 65%, hoy por debajo del 10% (la línea de pobreza situada en US$1.90, según el Banco Mundial). En el Perú, la caída ha sido dramática, pero solo a partir de los noventa: en el año 2001 la pobreza se situaba en alrededor de 55% (y la de pobreza extrema en cerca de 25%); para 2006 cayó a cerca de 45%, y para 2011 a cerca de 28%. Hoy estamos a poco de bajar el umbral del 20%, lo cual nos sitúa en una situación expectante.

Por supuesto, esta mejora sistemática en la calidad de vida de millones de peruanos no ha sido bien recibida por parte de la academia, la prensa y la clase política. Para la izquierda y sus órganos de propaganda, que el actual modelo económico eleve los ingresos y convierta a pobres en ciudadanos de clase media es contraproducente a sus objetivos políticos (los saca de su “zona de confort”), va contra sus marcos conceptuales y destruye la retórica que tanto beneficio les ha traído. De ahí que esta dramática reducción sea casi minimizada año a año.

Las principales críticas discuten la objetividad de las cifras, si la pobreza debe medirse de manera monetaria o multidimensional, si los que dejan de ser pobres siguen siendo vulnerables o no, y así. Todo esto tiene respuestas, por supuesto: las cifras son validadas por el Banco Mundial (ellos han contribuido sistemáticamente en las mejoras metodológicas), las métricas son multidimensionales (solo que estandarizadas bajo el concepto de “monetaria”; como bien sostiene el ex especialista del Banco Mundial Surjit Bhalla, toda dimensión se puede cuantificar monetariamente), y sí, es obvio que aquellos que dejan de ser pobres son vulnerables a regresar a dicha condición durante unos años, y justamente por ello es que debemos seguir profundizando el modelo que los sacó (así sea por poco) de dichas cuentas.

Y es que ese es el punto central que debería estar en el debate: ¿qué ha producido esta formidable reducción, sistemática además, en las cuentas de pobreza? De nuevo, y solo para tenerlo claro: en los últimos 10 años la pobreza ha caído del 42.4% al 20.7%. ¡La caída es inmensa! ¿A qué se debe esto? Sin duda alguna, al modelo económico: a la estabilidad monetaria y la responsabilidad fiscal, a la presencia de mercados mayoritariamente libres, a la facilidad para comerciar (importar y exportar), a la promoción y respeto de la propiedad privada, entre otras.

Ninguna de estas variables son “perfectas” o “completas”; por ejemplo, el mercado laboral peruano es cualquier cosa menos libre: existen barreras de entrada y salida, sobrecostos irracionales y regulaciones de todo tipo. La propiedad privada tampoco está plenamente garantizada: el caso Orellana demuestra cómo se puede vulnerar con los contactos adecuados. Y la sobrerregulación y las tendencias proteccionistas están siempre amenazando.

Ello me lleva a una segunda observación: entre 2007 y 2011 la pobreza cayó del 42.4% al 27.8% (una caída de 14.6 puntos), pero entre 2012 y 2016 tan solo siete puntos, hasta el 20.7%. Reducir la pobreza es cada vez más difícil, es cierto, pero la reducción de la tasa en la cual cae la pobreza en el Perú se debe, sobre todo, a la menor eficiencia del modelo por las inadecuadas políticas públicas instauradas durante el humalismo (sumado al despilfarro y las corruptelas): recordemos la pérdida de producción en distintos sectores (el minero, el más llamativo de todos, costó miles de millones de PBI perdidos), el incremento de las regulaciones en todos los sectores (en el financiero, gracias a Daniel Schydlowsky), y así.

En otras palabras, el modelo puede mejorarse o empeorarse, y los afectados ya sabemos quiénes son. Hay mucho por hacer en cuanto a reformas; pero si de incentivos nacionales se trata, esta es la principal razón: los más necesitados son los que pagan dicha indecisión. Ojalá este gobierno lo entienda así.


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