Analista político
El liberalismo enfrenta una guerra global contra las últimas reencarnaciones de las mentalidades señoriales que adoptan las formas de yihadismo, comunismo y fascismo. Incapaces de incorporarse a un sistema absolutamente novedoso, como el liberalismo, las mentalidades estancadas en el pasado encontraron atajos y coartadas para mantener los usos, formas y psicologías señoriales, aunque de manera degradada. En Occidente, el comunismo marxista, sus variantes (el socialismo del siglo XXI) y el fascismo levantaron inspiradores refritos religiosos de redención social (hermandad humana y justicia universal), culto al caudillo como santo guerrero, y le dieron apariencia “novedosa y futurista”. En los países musulmanes, la resistencia más radical a la modernidad liberal es el yihadismo, también una variación degradada (y cada vez más enloquecida) de su religiosidad que cuando sana hizo el multicultural y espléndido califato de Córdoba.
Todos los casos de yihadismo, fascismo, comunismo y socialismo del siglo XXI son procesos ultraconservadores a destiempo histórico. Si sacamos la cháchara ideológica y propagandística, cuando estos modelos triunfan, instalan, en absolutamente todos los casos, monarquías absolutistas de plebeyos, sobre todo lumpen, que utilizan el discurso, la ley amañada y la propaganda para justificar sus actos delincuenciales: el asesinato, la coacción, la corrupción, el asalto, el abuso, el narcotráfico. Es cierto que el liberalismo del siglo XIX quiso imponer la modernidad mediante la violencia, en los países atrasados. Efecto contrario, el liberalismo de posguerra mundial hizo contrición y se entregó a “comprender” las mentalidades señoriales del pre-moderno; justificó, ensalzó e infantilizó sus acciones violentas como expresiones idílicas, hasta la masacre de Charlie Hebdo. Los miles de muertos del 11-S no cambiaron el paternalismo imbécil de académicos y pensadores. Ahora, la vieja y querida Europa, herida en el humor cáustico sin reverencias —el mayor orgullo de la libertad republicana—, está despertando a la realidad de que el principal enemigo ha sido su soberbia condescendiente y que los valores de la democracia y la libertad son logros fundamentales que deben ser defendidos sin concesiones.
Si te interesó lo que acabas de leer, recuerda que puedes seguir nuestras últimas publicaciones por Facebook, Twitter y puedes suscribirte aquí a nuestro newsletter.