23.NOV Sábado, 2024
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Opinión

Cuando cayó el Muro de Berlín en 1989, Vladimir Putin se desempeñaba como agente de la KGB –órgano de inteligencia y control totalitario de la otrora URSS– en Alemania Oriental. Veinticinco años después, precisamente durante las celebraciones de dicho aniversario, la revista Forbes le considera el hombre más poderoso del mundo por segundo año consecutivo. Mientras los demócratas se distraen en tales conmemoraciones, los herederos del comunismo europeo sonríen desde su trono autoritario.

Tras su retorno de Alemania Oriental, Putin inició su carrera política. Escaló desde la administración pública de San Petersburgo hasta el premierato de Rusia primero, y la presidencia después, cargos que alterna premeditadamente para mantenerse en el poder real desde la salida de Boris Yeltsin en 1999. El régimen autoritario que construyó en Rusia, convirtió a este país en un sobreviviente temerario y expansivo de la Guerra Fría. En su búsqueda de posicionamiento geopolítico, Latinoamérica juega un rol estratégico, no solo en el retorno de acuerdos militares con Cuba, sino también en la expansión de sus intereses.

En este contexto, Ollanta Humala pisó tierra moscovita en la primera visita oficial de un mandatario peruano en 45 años de historia diplomática. El encuentro entre dos ex tenientes coroneles (uno del Ejército Peruano, el otro de la KGB) procuró la cooperación en materia nuclear, la lucha contra las drogas y otros temas de agenda. Perú se siente importante y Rusia continúa coleccionando influencias en la región –interesada también en la unión ferroviaria que uniría a Perú con Brasil. Así es como nuestro país se cuela en las fotos de la historia universal, de refilón y sin medir el riesgo de una ‘putinada’, perdón, de una patinada.


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