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Opinión

¿Por qué tanta fiesta? Sonidos torpes y casi siempre incorrectos despiertan la algarabía en quienes los escuchan las primeras veces. ¡Palabras! No existe cultura que no las celebre.

Desde el momento que nacen, les hablamos. ¡Como si pudieran entendernos! Con tono chillón, gestos exagerados y un lenguaje corporal ridículo, parecidos a los que usan los payasos, hacemos algo que no tiene lógica: perdemos energía envolviendo a alguien con un discurso que no debe sonarle a nada.

No. Los sonidos no tienen significado, pero poseen una melodía que enlaza al bebé y a quienes lo cuidan en un ballet finamente sincronizado con miradas, emociones y movimientos que son la esencia de la coreografía humana.

Esa melodía capta la atención más que cualquier otro sonido y, en algunos meses, se define una preferencia por los que son propios de la lengua materna. Lo maravilloso es que, por ejemplo, prefieren la voz de mamá diciendo “mañana vamos a pasear”, que “pasear vamos a mañana”. En otras palabras, distinguen secuencias que son lingüísticas de las que no lo son, a pesar de que tienen las mismas palabras, ninguna de las cuales significan nada.

Y cuando estamos celebrando el primer cumpleaños, algunos sonidos que el dueño del santo utiliza intencionalmente significan algo, remiten a algo y producen un encuentro de mentes en la magia de la palabra. El verbo que nombra la realidad, se libera de ella, la trasciende y la transforma.

Pero para que ello ocurra, hemos tenido que hacer un acto de fe y amor. Hablarle a quien no nos entiende, hacer payasadas, hacernos los tontos. Quizá por eso la esperanza está tan ligada a la palabra. ¿Cómo no la vamos a celebrar?

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