28.MAR Jueves, 2024
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Columna María Luisa del Río

Estoy fuera de Lima, con poca conexión, metida más en el campo que en las ciudades hiperconectadas, y solo puedo escribir desde esta pequeña gran ventana. De modo que haré un análisis, miope y a la vez profundo, de lo que pasa en mis redes. Hay una buena cantidad de gente molesta por un libro de la autora Cecilia Villegas, tuitera, abogada, columnista, analista política, etc. Parece que Villegas concluye que las esterilizaciones forzadas no son atribuibles a la larga lista de delitos cometidos durante los fujigobiernos, y esto indigna a mucha gente que reacciona con apanado mediático. Una de las faltas que le reclaman es no haber entrevistado a las mujeres esterilizadas a la fuerza para escribir su ensayo. Entiendo la indignación, pero creo que ya es momento de apagar las alarmas y dejar a cada fanático con su monotema. Pensándolo bien, está tan parcializada nuestra población, que son los mismos fujimoristas de siempre los que comprarán el libro, y los antis no lo leerán ni regalado. La Villegas es naranja y es fan de los fujitrolls más lumpen, listo. Fin del tema.

Una de las clásicas discusiones cuando se habla de hidrocarburos es si la modernización de la Refinería de Talara es rentable, o si es una obra creada solo para generar más empleo y recursos para la región Piura. El petróleo es un combustible cuyo precio internacional va en picada y aún así insistimos en explotarlo y refinarlo en lugar de importar uno de mejor calidad. El Perú hace muchos años dejó de ser competitivo en hidrocarburos. El Lote 192, en Loreto, con un crudo pesado y costoso de refinar, tiene la producción paralizada luego de que una coladera interminable por la vejez del Oleoducto Norperuano (40 años de construcción) nos dejara con el vergonzoso saldo de 13 derrames solo en 2016.

Vengo de ver la alucinante (esa es la única palabra posible, me perdonarán) revolución de la mandarina en la costa peruana. Estamos criando, cosechando, empacando y exportando millones de kilos de mandarina que se van, sobre todo, a Europa, Estados Unidos y en los últimos años también China. Esto genera decenas de miles de empleos temporales y miles de empleos permanentes, con una mayoría visible de mujeres. En Chincha, como en Chao, he visto una interminable producción de mandarinas que en estos días de Fiestas Patrias no para, continúa pagándole a la gente que decide chambear en su feriado, y sigue. No puede parar. Tiene una fila de camiones esperando que el producto sea cargado en sus tolvas para ser llevado a puertos, a barcos y al resto del mundo. Desde el Alto Larán hasta Pekín, el negocio exige mantener una cadena de frío, la mandarina viaja todo el tiempo como si estuviera dentro de un refrigerador. Un solo árbol peruano de menos de 5 años, si se le nutre y se le mantiene sano, llega a tener 2 mil mandarinas colgadas de sus ramas. Me he comido unas 20 en estos días, no tienen pepa, son dulces, fáciles de pelar, algunas más bonitas que otras pero todas deliciosas. Me he curado de gripes, he calmado la sed y las ansias de dulces, he disfrutado. Me he sentido orgullosa del Perú, como siempre.

El viernes pasado, como cada día que me da la gana porque mi papi no es un preso cualquiera, fui a visitarlo. Lo encontré un poco más positivo, pues ya habían metido a la cana al capitán y es chévere no ser el único. Antes de irme pensé en el nuevo inquilino y pedí verlo. Como soy el niño congresista más simpático del Perú, me abrieron. El capitán estaba con su abogado, buscando opciones que lo libren de ser injustamente condenado por matar a terrucos que no eran terrucos (siempre lo mismo).

Minuto a minuto. Entras a Twiter, prendes la tele, escuchas la radio. Juzgas. Sentencias. Te vacilas, celebras. Que ya se van a la cana, que se jodan, ahora falta Toledo, ahora falta Alan, seguro que lo de Humala ha sido un arreglo entre Keiko y PPK, seguro… Con sus hijos no se metan, no tienen culpa de nada los niños. Es verdad. Pero igual quieres ver todos los memes: ya viste los de Alan y el Cholo pasando piola, incluso uno de Abencia Meza celebrando la entrada de Nadine al penal. Y te ríes, por supuesto… Pero qué tal si esta vez profundizas y vas un poco más allá, porque ni eres el público de un espectáculo callejero de humor –como para reírte sin pensar–, ni es este un show tan chistoso.

Hace unos días circuló entre los medios una nota de prensa absolutamente ambigua que habla de la posibilidad de traer delfines amaestrados al Parque de Las Leyendas. La nota fue enviada por una supuesta organización sin fines de lucro llamada Nemus Custodis.

El cardenal George Pell, ecónomo del Vaticano y asesor cercano del Papa, tendrá que declarar ante la justicia de Australia, su país, por acusaciones de pedofilia. El papa Francisco creó en 2014 una comisión para protección de menores con la intención de cambiar la ley de silencio de la Iglesia católica respecto a los sacerdotes pedófilos y trabajar en la prevención. Para el periodista napolitano Emiliano Fittipaldi, sin embargo, si Benedicto XVI hizo poco, el papa Francisco no ha hecho nada contra la pederastia en la Iglesia. Sus opiniones se pueden leer en las entrevistas que dio tras la reciente publicación de su libro Lujuria a comienzos de año, cuya versión en español se lanzó hace un mes. El libro da cuenta de cómo varios encubridores de violaciones forman parte del núcleo duro de toma de decisiones: el famoso C9, un grupo de asesores principales que rodea a Francisco. Para Fittipaldi, el cardenal australiano Pell, miembro importante del C9, es “un auténtico criminal”.

Señora Fujimori, ya estuvo bueno. A usted y su bancada se les ofreció el arresto domiciliario de su padre y lo despreciaron, luego se dedicaron a bajarse a uno y otro ministro, argumentando razones que tienen que ver con recelos pero no con mejoras. Hasta hace poco la mayoría seguía el espectáculo político que usted suele generar, pero cada vez es menor la audiencia porque nos estamos cansando de su rabieta. Usted ha sido niña también, de modo que sabe muy bien a qué me refiero: a boicotearlo todo cuando no se consigue lo anhelado. El problema mayor es que ese anhelo ya nada tiene que ver con nuestro bienestar, porque no es el poder lo que nos conduce al desarrollo, sino la acción, y para eso se necesita parar la rabieta.

Últimamente suenan las alarmas porque Donald Trump (el popular zanahoria gorda) ha dejado claro, una vez más, que el cambio climático lo tiene sin cuidado. Que Trump diga y haga lo que quiera, pues aunque nos afecten sus decisiones, el Perú tiene mucho trabajo cama adentro y este sí que es urgente. Este verano tuvimos calores inéditos, llegamos a soportar la mayor radiación solar del mundo en febrero y uno de los desastres más fuertes de nuestra historia en marzo. Los fenómenos naturales pueden convertirse en desastres cuando no se han tomado medidas de prevención o cuando el ecosistema se altera producto de la actividad humana. Por ejemplo, demasiada agua que la tierra no puede absorber puede provocar inundaciones. Esta situación se agrava más aún con la deforestación, pues se destruye una barrera natural y el suelo se vuelve muy seco y polvoriento, provocando la erosión. El régimen hídrico también se ve seriamente afectado con la pérdida de árboles, alterándose los ciclos de las lluvias y la disponibilidad de agua en general. Podemos mitigar las inundaciones y huaicos restaurando los bosques que, además, contribuyen a capturar el carbono que ocasiona el cambio climático.

Las ocasiones en las que he entrado a algún colegio público durante los recreos he visto siempre a niños comiendo golosinas y “panchos” (salchichas ensartadas en un palito) con bastante mayonesa, y a solo 1 sol, cómo no. Comer porquerías es delicioso, seamos honestos. Me río un poquito (disculpen) cuando una mamá dice orgullosa que a sus hijitos les encanta el brócoli y que ella les dice que son arbolitos. Qué lindo, pero lamentablemente la mayoría de niños prefiere empujarse una hamburguesa con papas y su gaseosa bien dulce, y si pueden quitarle el tomate y la lechuga, mejor. Por eso la batalla contra la comida chatarra, colorida y deliciosa es cada vez más dura, y en muchos países del mundo. Una profesora que conocí en Estados Unidos me comentaba que el gobierno (Obama entonces, claro…) estaba haciendo una fuerte campaña para que los niños de colegios públicos conocieran las verduras, porque de tanto comer procesados ya no distinguen una zanahoria de un tomate, si les muestran un par de imágenes. Este drama, naturalmente, era mayor entre la niñez de menores recursos. Y es que comer sano es, casi siempre, más caro. Por eso nuestros índices de anemia son tan altos, con más del 40% de bebés entre 6 meses y 3 años afectados con esta deficiencia en 2016, según la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar del INEI.

Una encuesta realizada por Unicef revela que el 60% de los niños latinos tiene celular desde los 12 años. Si podemos comprarles celulares a nuestros hijos (a menos que ellos mismos ahorren para eso, como la mía), probablemente lo haremos, entre otras cosas porque así podremos comunicarnos cuando estén fuera de casa. Y en ese aspecto admiro cómo nuestros padres podían dormir cuando nosotros salíamos y, hasta que no regresáramos, ellos no sabían si estábamos vivos o muertos. Esa es la parte noble del asunto y la que nos otorga lo que yo llamo “la fantasía del control”, fantasía, insisto, porque lo que no vemos en los celulares de nuestros hijos es bastante más peligroso.

Esta semana se ha hablado y escrito acerca de la protesta de algunos vecinos de Barranco por la proyección de una obra parecida a la Rosa Náutica en la playa Los Yuyos. Las playas de Chorrillos, Miraflores y Barranco han cambiado mucho. Las obras de infraestructura en la Costa Verde afectan la forma de algunas olas, convierten playas de arena en playas de piedra y, en el peor de los casos, se apropian de espacios públicos para sus locales y estacionamientos privados. Pero también hay títulos antiguos otorgados hace un siglo que delimitan los predios hasta “la quinta ola”. Recién desde 1997 existe la Ley 28656 que declara de uso público a las playas, cuyo reglamento no se aprobó hasta el año 2006.

Un video lanzado esta semana por la revista H, devuelve nuestra mirada sobre un tema grave que hoy pasa desapercibido, merced a asuntos supuestamente más urgentes. Los periodistas Vanessa Romo y Antonio Escalante se sumergen en la espesura de Loreto, donde ciudadanos wampís siguen sufriendo las consecuencias de un derrame provocado por el Oleoducto Norperuano en febrero de 2016. La quebrada Cashacaño en el distrito de Morona es la protagonista esta vez. El video empieza con el hipócrita mea culpa del entonces presidente del directorio de Petroperú Germán Velásquez, en una audiencia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en junio del año pasado, en Chile. Los nativos del Morona se indignan cuando ven al ex funcionario pidiendo perdón y asegurando haber destinado 350 toneladas de víveres y agua potable a las comunidades afectadas, haciendo alarde de un supuesto plan de contingencia que según los wampís nunca se dio. Cashacaño era un lugar de caza y pesca para nativos amazónicos expuestos, como tantos miles de peruanos, al abandono del Estado.

Los proyectos de ley últimamente no buscan el bienestar, buscan la controversia. Y quizás no solo los de ley, también los de infraestructura, los educativos, incluso los de la reconstrucción, aunque en este campo ha habido consenso gracias a que hay conciencia de lo cruel que sería postergarlo por divergencias políticas. Aplausos para nosotros. Lo triste es que seguimos careándonos, pechándonos cuando nos encontramos yendo en direcciones opuestas, buscando quién pasa primero por la calle estrecha, tanto que al final nadie puede pasar. Y creo que no crecemos nada con eso. Una comunidad de gente que solo se enfrenta no camina, siempre está reparando torpezas, bloqueando pasos, denunciando, juzgando, señalando y, en el mejor de los casos, disculpándose. En consecuencia no somos libres, más bien andamos con mucho temor a volver a echarlo todo a perder.

Cada vez que un político decide negociar con mineros ilegales es, o porque su carrera política está por encima del interés nacional o porque tiene intereses en alguna región o porque alguno de sus amigotes los tiene. Así, a la congresista Aramayo se le ha ocurrido que, para pagar políticamente las promesas hechas por Keiko Fujimori a los mineros ilegales en campaña, hay que retroceder en la lucha contra una actividad criminal que genera más ganancias que el narcotráfico. Una actividad tan poco solidaria que está representada por dirigentes que se meten cientos de millones de soles al bolsillo cada año, sin tributar, pero luego se hacen las víctimas en representación del pequeño minero artesanal oprimido. Hay minería artesanal en el Perú desde hace miles de años, son personas que usan herramientas elementales, zarandas, y cuyo impacto no es comparable al de Madre de Dios. Pero estos pequeños mineros les interesan un comino a los personajes que ahora quieren hacerse las víctimas para que proceda la iniciativa de Aramayo. Y como Fuerza Popular está en deuda con ellos, ahora circula un pronunciamiento que defiende el proyecto de Aramayo con sutilezas como estas: “…por considerar que su inclusión en dicha figura delictiva implica sobrecriminalizar una actividad económica realizada por cientos de miles de peruanos (…) cuyos funestos resultados son: mayor ilegalidad en la actividad; corrupción generalizada de las entidades públicas vinculadas al sector; contrabando y fuga de oro a Brasil, Chile y Bolivia; evasión de impuestos; crecimiento de la delincuencia común; y hasta la invasión de la Reserva Nacional Tambopata”.

Felizardo, Rambo y Juan Gómez viven en Santa María de Nieva, Condorcanqui, Amazonas, y pertenecen al grupo social que los nativos denominan colonos, como suele llamarse en la selva al que llega de la sierra. Cada cual más chambero que el otro, los tres hermanos se han casado con mujeres nativas y han aprendido a construir casas de madera, tejer techos con hojas de palmera, cazar animales, cultivar plátanos y yucas, pescar con redes y lanzas, hacer canoas e incluso hablar awajún. Pero nada de esto sabían hace unos 50 años, cuando llegaron.

Me gusta la gente respondona. Me encanta que una persona renuncie a argumentos rebuscados para defenderse de manera políticamente incorrecta, callejera, frontal. Soy una convencida de que la elegancia, a ciertas alturas del debate, no sirve de nada. Y también me encantan los silencios por respuesta, cómo no, pero qué rico se siente una buena mandada al carajo a quien se lo merece.

Hace un mes, una joven de origen peruano defendió a una pareja de los insultos racistas que era víctima por parte de otra mujer en el metro de Nueva York. El video se hizo viral y la mayoría de usuarios en las redes reconoció la actuación de Tracey Tong como un ejemplo a seguir. Tong se hace presente en la escena, se para junto a la mujer agresora y le increpa su actitud en español, en inglés, en el idioma que haga falta. “Tenemos que estar juntos, no odiarnos”, le grita Tong a la mujer racista. Tracey Tong se expone, se la juega, podría haberle caído un insulto o quién sabe un lapo, no importa, está ahí.

La alianza del fujimorismo con la iglesia evangélica se oficializó hace un año, entre primera y segunda vuelta, cuando su lideresa se reunió con una serie de agrupaciones ante 4 mil personas para firmar un acuerdo político/eclesiástico de esos que deberían estar prohibidos por ley, si nos tomamos mínimamente en serio que somos un Estado laico. En el documento oficial la candidata se compromete a rechazar la unión civil. Su rechazo contradecía el discurso en Harvard meses atrás, pero no importa, todo vale en campaña. El peligro es que la lideresa en cuestión siempre, y desde hace más de 10 años, está en campaña. Lo cierto es que la reunión de los evangélicos con la candidata terminó un poco mal, pues le dieron demasiado micro a un tal pastor Santana que se despachó contra los homosexuales diciendo que eran una aberración, delincuentes, portadores de enfermedades venéreas y una serie interminable de calumnias.

Los periodistas que han entrevistado a la congresista Letona acerca de su proyecto de ley de control de medios gritan demasiado y no la dejan hablar, lo cual no ayuda, de modo que intento analizar con calma esta propuesta tan extraña. Que saltemos es normal, puesto que estamos alterados por lo vivido este verano interminable, entre los aluviones de corrupción y los que ahora mantienen a unas 100 mil personas con el agua hasta el cuello. Pisemos o no el barro, todos estamos dolidos y alterados. Y además tenemos memoria.

Hace tres semanas estuve trabajando en Chao, Virú, Tambogrande, Huanchaco, zonas que hoy están inundadas o devastadas por las lluvias. Era un viernes 3 de marzo cuando, de la nada, el biólogo Giuliano Ardito, con maestría en Ecología, me escribió un mensaje por Facebook, vaticinando lo siguiente: “… en noviembre decían que se asomaba un fenómeno de La Niña. En diciembre se empezó a transformar. Pero seguían diciendo que era una Niña, luego en enero ya no sabían qué decir. Y bueno, es otro Niño que empezó en diciembre y nadie esperaba. Lo llaman Niño costero y va a hacer mucho daño”.

En ocasiones como esta, lo más saludable es el silencio, a menos que nuestras palabras sirvan. Por eso, consciente de que las mías no servirán de nada, me siento bastante ridícula ante esta página en blanco. En mi cabeza solo hay gritos, barro y miles de personas, animales y objetos cayendo en avalancha y a toda velocidad hacia la costa ante nuestra mirada impotente.

La fe no entiende de razones, solo de lealtades. La campaña de lo rosadito y celestito ha devenido en una nueva bandera, a la que lo honesto sería añadirle el color naranja, pese a que esto no le haría ningún favor al movimiento religioso, ni al político. Lo cierto es que la motivación de la marcha se vició cuando el tema se politizó: un locutor de radio abiertamente machista y homofóbico decidió subir al estrado para pedirle a la lideresa naranja que saque a la ministra de educación. A ver, ¿cómo era? ¿No era una marcha contra el currículo escolar? ¿O era una marcha para empoderar a la señora naranja? Lo cierto es que a estas alturas ya da igual, porque el bravucón terminó sin auspicios y fue separado de la radio en que trabajaba, para ser absorbido con todos sus odios por otra, como era de esperarse.

Justo ahora que nuestros hijos vuelven a clases, el abuso infantil se convierte en un tema recurrente y aberrante. Pero no nuevo. Las estadísticas del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables señalan que aproximadamente 72% de los casos de violación en el Perú se da en menores. Durante el año 2015 fueron agredidos sexualmente unos 5 mil niños y niñas. Estas cifras solo pueden recogerse de las denuncias, pero obviamente muchos niños callan por temor y cargan hasta adultos con una historia tan injusta como para hacerlos sentir sucios por algo que fue claramente un abuso y un delito.

Michael Callow, el primer ministro de una monarquía británica recibe, una madrugada, la llamada de un desconocido que le comunica que ha secuestrado a la princesa. El premier tiene las horas contadas: si no sale en televisión fornicando con una chancha antes de las 4 p.m., el plagiador matará a la infanta. Callow entra en pánico, está casado y tiene un hijo de meses, su esposa está traumada. En pocas horas ya se ha reunido con sus asesores, intentando contrarrestar la propuesta con un plan más digno o deseando con toda su alma que la llamada sea falsa. Mientras agoniza de desesperación, lo llama también la reina para presionarlo. El secuestrador ya hizo público su pedido en YouTube, el video ya se viralizó y la prensa ya hizo lo suyo, sabiendo cuánto puede vender una historia como esta. Pasan las horas, los asesores del premier contratan a un actor porno y a un experto en montajes digitales. Cuando el actor está a punto de abusar de la chancha, uno de los camarógrafos tuitea la foto del doble, generando una reacción masiva en las redes sociales, que no van a aceptar que les quemen el show con una estafa, y la ira del secuestrador: que una vez que descubre en Twitter que iba a ser engañado con un falso premier envía el dedo cortado de la princesa a Callow. Mientras tanto, un país entero se pega al televisor.

Estoy profundamente afectada por la implicancia en investigaciones sobre actos de corrupción de nuestros ex mandatarios, el doctor Alan García, el economista y catedrático Alejandro Toledo y la doctora Karp, el teniente coronel en retiro Ollanta Humala y la ex primera dama Nadine Heredia. Como si eso fuera poco, hoy leo en los diarios que los hijos del ex presidente Fujimori, profesionales todos, están implicados en lavado de activos. Esta situación afecta negativamente la imagen de nuestra patria y nos empobrece económicamente y a nivel político, pese a los logros democráticos conseguidos en los últimos años.

En medio de este indecoroso festival de escándalos por corrupción, lavado de activos, sobornos, tiradas de dedo, ex presidentes requeridos en la cana, y el descarado pánico de cierta fauna parlamentaria ante la sensata negación de la Fiscalía de compartir los detalles de la investigación sobre el caso Odebrecht, sale a la luz un tema que no había tenido cobertura, pese a reiteradas manifestaciones de madres desesperadas. La asociación Buscando Esperanza, formada por un grupo de madres que han recurrido al aceite medicinal de cannabis para atenuar los terribles síntomas de sus hijos epilépticos o con cáncer, ha sufrido el allanamiento de un pequeño laboratorio donde se dedicaban a preparar el milagroso remedio, o por lo menos alivio. Si bien estas mujeres, con sus hijos incluidos, ya se habían manifestado varias veces frente al Ministerio de Salud sin conseguir ser atendidas, lo cierto es que ahora sí tienen el foco de atención, pero por el morbo mediático de haber sido pescadas como si fueran delincuentes, y lo peor es que se han quedado sin la urgente medicina, hasta que los poderes Legislativo y Ejecutivo determinen si se legaliza o no su uso.

Cuando era niña mis padres me decían (cariñosamente) “gorda”. Pero yo era, más bien, una niña fibrosa, intrépida, deportista. Aun así, nada de lo que hiciera podía librarme del adjetivo supuestamente tierno. Yo era la gorda. Los primeros años el sobrenombre no me llamaba la atención, pues mi cabeza no se detenía en conceptos, pero conforme fui creciendo se convirtió en una obsesión. Me veía gorda, me sentía gorda. Es más, hasta hoy mis hermanos tienen la fantasía de que yo era gorda. Lo único real es que engordé mucho entre los 16 y los 18 años por la ansiedad de ser la supuesta oveja negra en un mundo gordofóbico que en los ochenta ya empezaba a perfilarse, y que hoy reluce su más extrema versión. Entonces el apodo cariñoso se convirtió en una profecía cumplida y, mientras más ansiedad sentía por creer que estaba condenada a no agradar a los demás, más comía. Mis padres me veían abrir el refrigerador y hacían comentarios respecto a mi sobrepeso, la gorda de cariño había empezado a hacer honor a su apodo y se convertía en un motivo de terror.

Quien insista en que el cambio climático es un invento merece ser censurado por irresponsable. Además de ser evidente, el problema del cambio climático no es un capricho de los ambientalistas, sino un asunto que afecta a nuestros bolsillos. En 2015, el Ministerio de Economía y Finanzas indicó que para el año 2025 el cambio climático le costaría al Perú el 4,4% de su PBI anual (más que el 3.8% del PBI asignado al sector educación en el presupuesto de 2016) y generaría pérdidas por 10 mil millones de dólares al año. Achachau.

El Sodalicio de Vida Cristiana, con su inacción tras el archivamiento del caso Figari, no solo ha legitimado el abuso sexual y sicológico como prácticas inherentes a su particular acopio de fieles, sino que ha echado mano de un estilo vandálico recurrente. Un documental reciente de la cadena de televisión Al Jazeera con el periodista peruano Daniel Yovera, muestra la decadencia de esa institución, a propósito del escabroso caso Figari. Perú: The Sodalitium Scandal es un impactante registro de cómo el Sodalicio, en el año 2014, contrata a una banda de asesinos en Piura para el desalojo de los pobladores de las tierras que hoy forman parte del proyecto Miraflores Country Club, de la inmobiliaria Miraflores Perú, que en Registros Públicos le pertenece en un 99% al Sodalicio. Negocios millonarios que no tributan, gracias al Concordato Perú Vaticano firmado en 1980.

Lima se está modernizando y son dos corrientes las que lideran ese avance. Una es la de Castañeda, adicto a by-passes, tréboles, vías rápidas, etc., llenando la ciudad de carreteras al estilo Los Ángeles o Miami, en las que no existe más la posibilidad de andar en bicicleta porque morirás aplastado, “por lorna”. La otra tiene en su versión joven y radical al alcalde de San Isidro, Manuel Velarde, y en su versión más moderada a Jorge Muñoz, de Miraflores.

Mientras viajamos a la sierra por fin de año, la artista visual y performer Kylla (Mónica Piqueras) organiza por teléfono los cuidados de su tío Juan mientras ella estará ausente, que le laven el poncho, que le lleven comida.

No voy a entrar en la cursilería de lamentar la muerte de estrellas de Hollywood o músicos famosos, quienes, si bien me han alegrado la vida, lo pueden seguir haciendo vivos o muertos, pues igual nunca tendré la oportunidad de conocerlos realmente y disfrutarlos. No haré dramas por todo lo que el 2016 se llevó de nuestras pantallas, prefiero celebrar lo que me trajo la realidad.

Tengo una lista larga e imposible, pero da igual, ni entran en tu trineo, ni vendrás, ni existes. Por eso mismo voy a pedirte muchas cosas que, para nada, dependen de ti.

Esperemos que se pasen las elecciones, decíamos, antes de emprender proyectos o tomar decisiones, ante el contexto de incertidumbre y conflicto político que nos tocó vivir. Pero ya pasaron seis meses y nada se calma. Estamos sufriendo los mismos síntomas que padece una familia donde los padres están en constante mechadera. No se pueden hacer planes, nunca se sabe en qué acabará un evento importante, quién tirará la puerta y se largará, quién insultará al otro, quién boicoteará cualquier intento de avanzar, proyectar, emprender, planear.

La indignación es masiva. Ver a tantos congresistas metiéndonos un cuchillo en la garganta, masacrando al ministro de Educación, gritándolo, pidiendo su cabeza, ha sido, por decir lo menos, feísimo. Se nota, pues, que quieren bajarse la nueva Ley Universitaria y esa motivación es tan violenta, que miles de jóvenes y adultos tendremos que salir a las calles a gritarlo este lunes, y no porque estemos en contra de un partido político sino porque con la educación, simplemente, no se juega.

“Con mis hijos no te metas”. Este solemne enunciado da nombre a una agrupación que pretende que sus hijos no aprendan nada sobre igualdad de género. Ellos quieren seguir en la cueva. Una cueva donde la ignorancia se venera, para que todos estén a salvo de quienes pretenden “promover la homosexualidad”. Yo les sugeriría hacer una encuesta nacional en la que le pregunten a los homosexuales si necesitaron promotores para ser lo que son. Así, de paso, se sinceraría un dato urgente y que esperamos sea tomado en cuenta por el próximo censo nacional: Se presume que del 8 a 10% de la población peruana es homosexual, pero a ningún gobierno le ha dado la gana de medirlo, pues esa premisa se niega desde la configuración misma del sistema censal. Como si negándola se pudiera lograr su desaparición…

Nos estamos incendiando hace meses y los motivos son varios y distintos: cambio, negligencia, necedad, cambio climático, etc. La tragedia de Cantagallo, al margen de la responsabilidad de Castañeda en cuanto a reubicación y proyectos inhumanos, se hubiera podido evitar si no existiera la necia costumbre de generar apagones en las comunidades para obligar a la gente a ir a reuniones o asambleas, pues al no tener aparatos prendidos se acercan a eventos que las autoridades consideran obligatorios. El niño que se quemó fue víctima de los estragos de una vela prendida y la vela fue producto de la costumbre más primitiva que pueda existir en el mundo que es, insisto, dejar a la gente a oscuras para obligarla a asistir a un evento. El resultado es lamentable.

Esta ha sido una semana de muy alto voltaje emocional. Empezó con la expectativa de una luna inusual y la gente salió a la calle a mirarla. Llovieron los selfies y algunos seres se comportaron de manera extraña. Una luna así altera las mareas y las aguas en general, y no está de más recordar que la Tierra y los terrícolas somos mayormente agua. Si observamos, incluso en Lima, veremos todos los meses lunas muy grandes, auspiciosas e influyentes, pero para eso es necesario estar más cerca de nuestras ventanas y balcones, y menos de nuestras pantallas.

Miro y vuelvo a mirar a la ex candidata gritándoles, a quienes pensaban que estaba deprimida, que eso es de perdedores. Más allá de la reacción, políticamente correcta, de los que acusan el contenido discriminatorio de sus palabras, lo que me llama la atención es su expresión corporal. Me fijo en su ceño fruncido, en sus cachetes inflamados, en ese cuerpo que arremete y pechea como gallo de pelea con cada palabra, en esa voz tan parecida a la del estereotipo de mujer malvada de Disney, como la guapísima Maléfica cuando pierde poderes.

Uno de los finalistas de los premios a la creatividad empresarial que entregará la próxima semana la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas es la empresa petrolera argentina Pluspetrol. La distinción tiene que ver con el trabajo de Pluspetrol en Camisea, la selva sur, región Cusco.

Hace un par de días fui etiquetada en el Twitter por el señor Sergio Burga Álvarez, quien adjuntó un link con una investigación sobre homosexualidad: basada en sus propios estudios, la sicóloga Lisa Diamond afirma que no se nace gay. Sergio Burga escribió, burlándose de mi orientación, en tono de triunfo, que yo podía “volver a ser heterosexual”. Yo misma soy de la idea de que la homosexualidad puede ser, y muchas veces es, una opción, y que el argumento para defender nuestros derechos jamás debería ser “no es mi culpa, así nací”, porque plantea una compasión innecesaria, ya que las libres opciones también se protegen con leyes… de modo que el supuesto descubrimiento de Diamond debería tenernos sin cuidado. Sin embargo respondí el tuit de Burga con palabras muy fuertes, porque me indignó su motivación, absolutamente violenta. Pero él continuó atacándome y me ofreció presentarme a un tal Everardo Martínez para que me “reoriente”, un sicólogo mexicano mercachifle que publica videos en YouTube explicando cómo “derrotar” la homosexualidad.

Las Bambas. Temas que se ponen de moda durante unos meses y luego vuelven al olvido. Los conflictos mineros necesitan una comprensión más profunda. Estuve en esa zona hace un año, cuando empezaron las protestas contra lo que los campesinos consideran una falta de información sobre los cambios en el estudio de impacto ambiental de la minera MMG. Los detalles los podemos leer en uno y otro link: los muertos, el impacto que temen los campesinos de Cotabambas y Grau en sus tierras y aguas, el crecimiento efímero de Chalhuahuacho, un pueblo que obtuvo 18 mil puestos de trabajo cuando se inició la construcción de la mina y que ahora solo tiene 4 mil. Lo insostenible que es ese “progreso”, a costa del empleo no calificado, avalado por la ausencia del Estado, que delega el urgente desarrollo de Apurímac a una minera china.

“Señor Vargas, ya que habla de cuestiones personales, usted mismo admitió haber tenido una experiencia juvenil de consumo de drogas. ¡Eso es gravísimo!”. Con estos gritos, hace 26 años, Alberto Fujimori intentaba traerse abajo la candidatura del hoy premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Era el debate presidencial de 1990 y lo logró. Vargas Llosa, como escritor, efectivamente había admitido haber fumado marihuana alguna vez. Lo que sigue es predecible en esta aldea tercermundista y presta al linchamiento moral en nombre del “buenismo”. La turba indecisa se escandalizó y –al margen de que la aventura política del escritor fuera o no un desacierto, que sin duda lo fue– terminó de empujarlo al abismo, eligiendo a quien entonces se vendía como guardián de la moral, la honestidad, el trabajo y blah blah… el hoy encarcelado ex presidente Fujimori.

Soy mujer y he nacido en el Perú, de modo que conozco perfectamente el acoso. Estoy por estos días en Berlín y admiro la libertad con la que se expresan aquí y cómo una historia vergonzosa de persecución racial ha derivado, por contraposición y saludable culpa, en la sociedad más tolerante del mundo. Aquí nadie te señala por lo que dices, vistes o haces, a menos que eso discrimine y ofenda. Aun así, me cuentan los berlineses, el concepto de tolerancia se ha ido a un extremo tal, que algunas comunas empiezan a prohibir las playas de nudistas por tratarse de una costumbre que ofende a los musulmanes. Y este es el punto que todos debemos lamentar: esa necesidad de seguir al pie de la letra una premisa como la tolerancia, al punto que hay que tolerar, también, el fanatismo del vecino.

Una insólita protesta de taxistas, contra el servicio de Uber, se llevó a cabo la semana pasada en Lima. La poco original iniciativa pretende imitar a otras que se realizan en países con regulaciones muy exigentes, diametralmente opuestas a nuestro sistema, en el que ni siquiera hemos tenido a un alcalde con agallas para establecer la obligatoriedad de usar taxímetros y terminar con la especulación.

El 14 de agosto de 1985, 25 soldados de la patrulla militar Lince 7, a la orden del subteniente Hurtado Hurtado y del teniente Rivera Rondón, llegaron a Llocllapampa, anexo de Accomarca, en Ayacucho, y reunieron a los pobladores en la plaza del pueblo. Luego violaron a todas las mujeres y mataron a todos los pobladores: les dispararon, les arrojaron granadas y prendieron fuego a las casas con ellos dentro. De las 69 víctimas ejecutadas, 30 eran niños, 27 mujeres y 12 hombres. Tres de las mujeres estaban embarazadas y también fueron violadas. La patrulla no obtuvo prueba alguna de los presuntos vínculos de las víctimas con el terrorismo.

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