16.ABR Martes, 2024
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Opinión

Mientras más poder y fama ostente el agresor de una mujer, más inalcanzable su posibilidad de conseguir justicia. Desde Donald Trump, pasando por O. J. Simpson, hasta Bill Cosby, el ser un hombre de éxito parece cubrir con un velo de inocencia a estos personajes, a tal punto que tanto la opinión pública como los operadores judiciales pueden cegarse ante la evidencia o partir satanizando a la víctima. Es decir, se presume el arribismo u oportunismo de la víctima y se le somete al escrutinio público más severo, para encontrar contradicciones, inconsistencias o cualquier cosa que sirva para culparla a ella de ponerse en riesgo.

El más reciente ejemplo es la declaración de nulidad del juicio contra Bill Cosby por no haber consenso del jurado luego de más de 50 horas de deliberación. Ello a pesar de las 60 denuncias consistentes de mujeres que dicen haber sido violadas por él bajo la misma modalidad. En definitiva, la figura del afroamericano exitoso, considerado el padre ejemplar de las sitcoms estadounidenses, no puede separarse en la mente del jurado del ser humano capaz de hacer también atrocidades.


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