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Opinión

“Las redes sociales pueden ser muy invasivas pero son libres, por ello la tendencia es ‘reunirnos’ con quienes comparten nuestras preferencias”.

Soy mujer y he nacido en el Perú, de modo que conozco perfectamente el acoso. Estoy por estos días en Berlín y admiro la libertad con la que se expresan aquí y cómo una historia vergonzosa de persecución racial ha derivado, por contraposición y saludable culpa, en la sociedad más tolerante del mundo. Aquí nadie te señala por lo que dices, vistes o haces, a menos que eso discrimine y ofenda. Aun así, me cuentan los berlineses, el concepto de tolerancia se ha ido a un extremo tal, que algunas comunas empiezan a prohibir las playas de nudistas por tratarse de una costumbre que ofende a los musulmanes. Y este es el punto que todos debemos lamentar: esa necesidad de seguir al pie de la letra una premisa como la tolerancia, al punto que hay que tolerar, también, el fanatismo del vecino.

En esto pensaba cuando vi en las redes sociales la inquisición contra el escritor Gustavo Faverón, acusado de acoso sin pruebas oficiales, pues sabemos de sobra que un supuesto pantallazo del Messenger también puede ser un truco digital. Los pantallazos usados para acusar a Faverón muestran una serie de conversaciones consentidas que pueden disgustarnos o parecernos chocantes, pero no reflejan un abuso. He vivido el acoso muchas veces y por eso eliminé o bloqueé a la persona no deseada. Las redes sociales pueden ser muy invasivas pero son libres, por ello la tendencia es “reunirnos” con quienes comparten nuestras preferencias y tomar distancia de quienes no, con solo un clic.

Faverón se ha metido conmigo en redes y medios, opinando caprichosamente sobre lo que él cree de mí. También ha ofendido a gente a la que quiero. Pero eso no lo convierte en un ser despreciable ni inmoral, simplemente lo hace tremendamente antipático ante mis ojos. Sin embargo, es un defensor tenaz de libertades y causas que millones de nosotros compartimos y eso, haciendo el ego a un lado, se lo agradezco. Por eso lamento el té de tías chismosas que se ha armado en las redes estos días, sobre su supuesto acoso. Si Faverón usa lenguajes lascivos en sus mensajes privados es algo que solo tiene que discutir con la receptora, además de con su esposa y su hija, suponiendo que a ellas les afecta ese comportamiento. Formas de acoso existen millones en el Perú y no solo en Facebook, pues el 60% de la población peruana no tiene acceso a Internet. Si estamos tan furiosos con el acoso, hagamos algo. Llevar la extraordinaria y urgentísima tendencia del #NiUnaMenos a un extremo fanático podría derivar en una contramarcha asfixiante, como la de las comunas de Berlín prohibiendo a su propia gente bañarse calata en un lago.


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