18.ABR Jueves, 2024
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Opinión

“Ecuador ha conseguido prevenir inundaciones en 300 mil hectáreas para beneficio de 700 mil habitantes”.

Ese es el adverbio más socorrido por comentaristas y entrevistados ante los estragos de los huaicos. Vocablo que infunde tristeza ante una desgracia, con el toque fatalista de que lo ocurrido es de “fuerza mayor” e inevitable. Suena como una lamentación al dios de la lluvia.

Las lluvias no tienen remedio pero muchos de los daños que ocasionan se pueden evitar; instalando drenaje en las ciudades y pueblos, respetando las riberas de los ríos, construyendo muros y diques de contención en sus orillas, desarrollando canales auxiliares de bypass con sus reservorios y estaciones de bombeo, construyendo puentes bien diseñados resistentes a crecidas y huaicos, impidiendo asentamientos en los ríos secos, castigando el tráfico de terrenos en riberas y lechos de huaicos. ¿Se puede hacer? ¿Cuánto cuesta?

Después del Niño del 98, Ecuador puso en marcha seis ambiciosos proyectos de control de inundaciones: Cañar, Naranjal, Chongón, Bulubulu, Chone, Dauvín. Gracias a estos, el país ha conseguido prevenir inundaciones en 300 mil hectáreas para beneficio de 700 mil habitantes. El costo total de los proyectos es algo más de mil millones de dólares, cifra que no parece exorbitante.

Ayer explicaba Abraham Levy, en su columna, que las lluvias en Ecuador han sido lo normal de otros años mientras que en algunas zonas del Perú son diez y hasta veinte veces más que lo habitual. Abraham critica, y con razón, a Rafael Correa por sacar provecho electoral de las desgracias ajenas. Pero lo cierto es que la comparación entre los daños relativos a ambos lados de los ríos Tumbes y Zarumilla nos dice mucho sobre el trabajo de prevención realizado en el lado ecuatoriano y la negligencia en el lado peruano. Sería un error arroparse en la bandera en lugar de sacar las enseñanzas del caso.

Las lamentaciones a Tlaloc (dios azteca de la lluvia) no sirven de nada.

Tampoco sirve el derroche de 5,400 millones de dólares en una refinería (Talara) de última generación –sin tener producción local de barriles para refinar– o 5,000 –en lugar de 1,000– en una línea de metro. Con menos dinero, el Perú podría desarrollar la infraestructura necesaria para evitar inundaciones. Ese puede ser el proyecto estrella de este gobierno.

Lo verdaderamente lamentable es que buena parte de la tragedia que vive hoy el Perú es auto-infligida. Es resultado de la falta de prioridades en el uso del dinero público y de la corrupción.


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