16.ABR Martes, 2024
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Opinión

“Nuestros chavismos están al lado, gritando, esperando su oportunidad para desplegarse sin vergüenza, con orgullo”.

Ayer me tocó ir a una notaría. Tenía que formalizar unos acuerdos que hemos logrado con mis vecinos. Entré apurado como siempre. En la sala de espera el televisor estaba a todo volumen. Me pareció raro. Todos estaban atentos a la transmisión en vivo de la instalación del nuevo congreso constituyente venezolano. Dejé mis trámites por un momento y me sumé al público boquiabierto. Vi la juramentación de la presidenta del nuevo legislativo, la ex ministra de relaciones exteriores Delcy Rodríguez. Aplausos combativos. Acto seguido, acompañada por los repuestos retratos del libertador Simón Bolívar y el comandante eterno Hugo Chávez, se dirigió a los nuevos legisladores con estas palabras: “¿Juran ustedes defendernos de las agresiones imperialistas, de la derecha traidora?”. La frase me quedó rondando toda la tarde.

Resulta que la derecha venezolana, según el magnánimo juramento, no es venezolana. Es externa, es imperialista, no es nacional. Por eso ya no es parte del “nosotros”, sino que es parte de “ellos”, de los “otros”. Al escuchar a la ex canciller se me hizo evidente, una vez más, el discurso sectario con el que la revolución bolivariana se fue afirmando con los años. Su mensaje no busca dirigirse a todos los venezolanos sino a todos los venezolanos chavistas, a los verdaderos. Lo paradójico es que desde un poder formalmente democrático, como es el Congreso, se emita un mensaje a secas excluyente.

Y para que no quedara dudas acerca de su postura frente a la polarizada coyuntura política de su país, afirmó: “Vinimos aquí no a destruir nuestra Constitución, sino a eliminar todos los obstáculos que nos han impedido materializar algunos de sus avances”. Y con esto quedó claro el sentido regresivo de su tarea, mientras amenazaba de paso a los chavistas críticos a Maduro. Les hizo saber que no hay lugar a ninguna reforma o moderación, que de lo que se trata es purificar la revolución bolivariana, regresándola a su esencia. Así, quien critique corre la misma suerte de los enemigos: ser expatriado simbólicamente primero y físicamente después.

Uno tiende a ver lo que pasa en Venezuela con distancia y tristeza. Pero la verdad es que esa forma de hacer política también está entre nosotros. Y no hablo de la sincera declaración del congresista Manuel Dammert, tan cómodo en su anacrónica comprensión política. Pienso en quienes imaginan una comunidad política nacional sin los otros indeseables. Son de derecha y de izquierda, como ciertos antifujimoristas que consideran verdaderamente malignos a todos los fujimoristas o esos destemplados fujimoristas que consideran basura a los “caviares” y todo lo que provenga de ellos. Nuestros chavismos están al lado, gritando, esperando su oportunidad para desplegarse sin vergüenza, con orgullo.


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