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Esta es la historia de Roberto Ibáñez, un ingeniero que luchó contra el cáncer de piel y sobrevivió para contarlo

Hace seis años le advirtieron que el lunar que le apareció en el brazo era maligno. Todo cambió para él.

Roberto Ibáñez Atkinson es un fanático del surf que descubrió que tenía cáncer de piel. (Difusión)
Roberto Ibáñez Atkinson es un fanático del surf que descubrió que tenía cáncer de piel. (Difusión)

Mi nombre es Roberto Ibáñez Atkinson y soy un ingeniero emprendedor por naturaleza. Soy fanático del surf y de los perros.

A fines del 2010 me apareció algo raro en el brazo derecho, un lunar color piel que sobresalía, una carnosidad que hasta me avergonzaba. De hecho, inicialmente, solo me pareció algo desagradable pero sin mucha importancia. Alguien que lo notó extraño y hasta sospechoso fue mi mamá.

Yo tenía 27 años para ese entonces y solo pensé: “¡qué lunar más feo!” Poco sabía del peligro de tener un lunar como ese en alguna parte del cuerpo y menos de lo que podría generar la exposición al sol sin protección (¡y a mí que me gusta el surf!).

Ni mi familia ni yo imaginábamos lo que estábamos a punto de empezar a vivir. Como lo mencioné, mi mamá fue quien insistió en que vaya a la clínica y lo hice “solo para descartar cualquier mal”.

Ahora lo recuerdo perfectamente. Fue un miércoles, 27 de abril de 2011, a la 01:30 p.m., en casa de mis papás, donde tuve esta conversación por teléfono con la doctora quien me examinó el lunar.

Doctora: Aló, Roberto ¿Cómo estás?
Roberto: ¡Hola doctora! Todo bien…
Doctora: Roberto, ¿estás solo?
Roberto: No, pero espérame dos segundos… Ya, ahora sí. Cuéntame.
Doctora: Tengo los resultados de tu biopsia. ¿Podrías venir ahora a la clínica para que conversemos?
Roberto: Doc, por fa, cuéntame por aquí por teléfono…
Doctora: Roberto, los resultados de la biopsia demuestran que tienes un melanoma maligno cutáneo de 1,5 mm de espesor.
Roberto: ¿Melanoma maligno? ¿Cómo? ¿Qué es eso?
Doctora: Prefiero que vengas a mi consultorio y lo conversamos aquí.
Roberto: No, en verdad prefiero que me lo explique ahora, por teléfono.
Doctora: Es un tipo de cáncer a la piel.
Roberto: Ya… ¿Y? ¿Es peligroso?
Doctora: Por favor, Roberto, ven a mi consulta.
Roberto: ¿Es peligroso sí o no?
Doctora: Sí, es un cáncer que según su estado de avance puede ser mortal.
Roberto: Cáncer… ¿Qué carajo hago?

Roberto está al centro de la foto, junto a su familia. (Difusión)

Tras ello lo único que puedo recordar y agradecer es que toda mi familia se dedicó a mí, como suele pasar con los que sufrimos esta enfermedad. Mi papá, quien siempre tuvo una vida de trabajo agitada, decidió poner todo en pausa y dedicar su tiempo íntegramente a atender mi enfermedad. Mi hermano y él armaron una especie de “tour clínico” y buscaron los mejores médicos y lugares en los que podía tratarme.

Mi mamá se concentró en mantener a mi familia unida, la función de mi hermana era animarla y distraerla. Todos ocupaban una suerte de posición estratégica y vital.

Mientras estuve en la clínica luego de mi primera operación, fue emocionante y gratificante ver a amigos que venían a visitarme. Ahora sé que mi papá fue quien se puso en contacto con ellos para pedirles que se mantengan siempre cerca de mí, que me llamen, escriban y me visiten. De esa manera evitaban que yo me sienta solo o me cuestionara qué pude haber hecho mal para que esto me esté ocurriendo. En el fondo sé que ellos no me hubieran dejado, pero papá solo buscaba asegurarse de que yo esté bien.

Algo muy importante que aprendí, de lo mucho que te hace darte cuenta el cáncer, es que hay que dejar tiempo para el ocio. Antes de enterarme de mi enfermedad no paraba de trabajar. Lo hacía mañana, tarde y noche. Dormía poco, veía poco a mi familia, comía a destiempo y lo hacía sin considerar la famosa “alimentación saludable”, en fin. Ahora comparto mis momentos libres con ellos, con mis perros. Reviví mi pasión por el surf y la bicicleta, entre otras cosas que vengo haciendo y que no tienen que ver con trabajo.

Fotografías luego de que le extirparan el lunar de su brazo. (Difusión)

Y aunque no soy escritor ni periodista, sé que el libro que escribí es lo mejor que puedo dejar a otras personas. Aún recuerdo que lo comencé en un centro radiológico de una clínica. También recuerdo que entrevisté casi a cien personas, entre pacientes, familiares, amigos de pacientes y especialistas, a quienes agradezco porque cada pequeña o gran cosa que compartían conmigo, servían para fortalecerme.

Fueron ellos quienes me ayudaron a escribir el libro que, definitivamente, me hubiera encantado que hubiese llegado a mis manos cuando supe que tenía cáncer. Sin embargo, tengo la alegría que ayudará a otros tantos. Llevo seis años sin recaer y dentro de cinco podré hacer una gran fiesta para decir que estoy totalmente sano.


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