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Tres historias de padres que lucharon contra la adversidad

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En Perú21 les presentamos tres historias de padres que, pese a las dificultades, se sienten felices de estar con sus hijos.

Mariella Sausa

Mariella Sausa

Todos los padres son distintos, todos tienen sus particularidades. Hay más buenos, más autoritarios, más trabajadores o más esforzados. Lo que tienen en común la mayoría de ellos es el amor incondicional que tienen por sus hijos. Ese amor que los impulsa a la entrega y sacrificio. Hoy en Perú21 les presentamos tres historias de padres ejemplares, esos que han superado adversidades y que, pese a las dificultades, se sienten felices de estar con sus hijos.

Pedro Calcina Vera

La conexión entre Pedro Calcina Vera y su hijo, Pedro Carlos, de 21 años, es incomparable. Ellos se entienden con solo una mirada y todos los días se funden en un abrazo en el que juntan sus corazones para hacerlos palpitar a un solo ritmo. Pedro Carlos es una persona con autismo, pero eso no ha impedido que termine la secundaria, estudie diseño gráfico, edición de música y video y hasta algoritmos estructurados en la Universidad Nacional de Ingeniería.

Pero eso no es todo, Pedro Carlos acaba de ganar una medalla en el Campeonato Nacional de Cinturones Negros del Perú. Y todo es por el gran impulso de su familia, especialmente de su padre, un luchador que nunca se rindió.

La paternidad llegó a la vida de Pedro Calcina Vera a los 39 años. Su felicidad fue inmensa cuando su primogénito nació. Los primeros años fueron de mucha felicidad, pero a los tres años una noticia le cayó como un balde de agua fría: les dijeron que su hijo tenía el trastorno del espectro autista y era sordomudo.

“Nos dolió en el alma. Lloramos mucho, pero no nos quedamos de brazos cruzados. Fuimos al Hospital del Niño y ahí una psiquiatra nos dio una lección de vida, pues nos dijo que si queríamos a un niño especial busquemos para él un colegio especial, pero si queríamos prepararlo para la vida agotemos todas las posibilidades. Entonces empezó la batalla”, recuerda Pedro.

Así fue. Pedro y su familia vivían solos en Surco y se mudaron al Rímac, porque ahí tenían cerca a otros parientes. Cambiaron a su hijo de un colegio especial a uno estatal y empezaron con todas las terapias y el apoyo que Pedro Carlos necesitaba.

“Contra todos los pronósticos, mi hijo que supuestamente era sordomudo aprendió a leer.

Además, Pedro Carlos ha aprendido a nadar, habla muy bien, es DJ y quiere sacar su radio por Internet. Tiene muchos proyectos y eso me hace feliz. Lo que me preocupa es qué será de él cuando yo no esté, pues acá hay todavía muchas limitaciones para la inclusión. A veces me siento impotente por eso y lloro en silencio, pero debo limpiar mis lágrimas y hacerme fuerte porque la vida continúa y tenemos que salir adelante”, nos confiesa, mientras muestra con orgullo las diplomas y medallas de su primogénito.

José Paredes Tello

Cuando habla de su hijo, José Paredes Tello no puede estar más orgulloso. Sus ojos le brillan, la voz se le quiebra y se puede sentir su gran emoción. “Tengo un hijo excepcional, maravilloso, soy un padre muy afortunado. Hubo una empatía desde el primer momento en que lo vi, de inmediato formamos una familia”, dice. Y es que Richard llegó a la vida de José cuando tenía 10 meses de nacido. José es un padre adoptivo y padre es quien cría.

“Nunca lo dudamos. Hicimos el proceso de adopción en Lima y casi después de nueve meses nos avisaron que Richard nos estaba esperando. Fuimos de inmediato a buscarlo y la experiencia fue gratificante. Estoy convencido de que si hubiera tenido un hijo biológico no lo hubiera querido tanto como lo quiero a él. Él es mi vida, mi corazón, mi latir, mi sentir y mi respirar”, asegura.

A pesar de que Richard ya tiene 18 años y estudia Fisioterapia, José abraza a su hijo como si fuera un niño pequeño, lo apapacha, le dice constantemente que lo quiere y se preocupa por él. Además se siente orgulloso de que su hijo haya seguido sus pasos en el deporte y ahora practiquen juntos karate y atletismo.

Como todo niño adoptado, en algún momento Richard quiso conocer sus orígenes. Entonces José y su esposa, sin ningún reparo, decidieron llevarlo a Andahuaylas para que conozca el lugar donde vivió. “Para nosotros eso no es algo particular. No hay ningún celo. Las veces que él quiera nosotros lo llevaremos. Él es mi hijo y yo soy su padre y esa relación permanecerá inquebrantable”, dice José convencido.

Además, recomienda a los padres que están en la disyuntiva de adoptar que no duden. “No saben la felicidad que les espera por la oportunidad de formar una familia y la alegría que darán a esos niños que no tienen quién los abrace todos los días”, dice.

Para José todos los días desde que Richard llegó a su vida son bonitos. “Aunque le parezca extraño, somos una familia realmente feliz. Amanecer todos los días sabiendo que él está ahí es lo mejor que me ha pasado. Sueño muchas cosas para él, pero sobre todo que sea feliz. Verlo sonreír me hace muy feliz”, sostiene.

Juan Manuel Muñoz García

Don Juan Manuel Muñoz García es papá soltero de un adulto con retardo mental. Por eso, desde hace 49 años se levanta todos los días a las 7:00 de la mañana para preparar el desayuno, limpiar su casa, en Villa El Salvador, y encargarse de todas las tareas del hogar. De viernes a domingo lava carros en Breña, todo el día, y los demás días se encarga de cocinar, limpiar, planchar y cuidar a su hijo menor, Marcelo, quien, debido a su condición, no puede valerse por sí mismo. Don Juan Manuel lo debe hacer todo solo, pues su esposa lo abandonó hace más de 30 años.

“Mi mujer me dejó solo con mi hijo porque estaba harta y quería más comodidades que yo no le podía dar. Es que mi hijo necesita cuidados especiales y hay que vigilarlo todo el tiempo, no se le puede dejar solo porque se olvida de las cosas y a veces la gente mala aprovecha esa situación”, comenta.

Don Juan Manuel tiene otro hijo que ya tiene su propia familia y lo apoya en algo con los gastos de la casa, pero el dinero no le alcanza. Por eso, actualmente se ayuda con el monto que recibe de Pensión 65. Sin embargo, a sus 69 años no quiere dejar de trabajar y anhela un trabajo y un ingreso fijo, pues le preocupa el bienestar de Marcelo.

“Por el tema económico nunca lo he llevado a un especialista, aunque lo necesita. Hago lo que puedo por él y batallo día a día. Siempre ha sido una lucha desde que era pequeño. Pero yo aún me siento fuerte y creo que puedo seguir trabajando para mejorar su calidad de vida”, asegura.

Pese a su soledad, don Juan Manuel no se deja vencer por la melancolía y sigue adelante. “Nunca pensé en abandonarlo, por eso me quedé solo. Lo legal es ver por los hijos y yo lo haré hasta el último día que Dios mande”, asegura.


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