Diego Pereira
@acunerme
MAGALY: UN HUESO DURO DE ROER
Magaly Medina arrancó el año reinventada, lejana del programa que la hizo popular y poderosa. Esto no solo por el desgaste que sentía, sino también por las cifras: la última emisión de Magaly TeVe se despidió con ocho puntos de ráting.
Desplazada por una televisión distinta, Medina anunció el fin de una era. “Va a tener que adaptarse a otra realidad, porque no es el mismo Perú de los noventa, donde había un enfrentamiento entre clases sociales y convivencia”, analiza el antropólogo Alex Huerta-Mercado, quien cree que los síntomas sociales del Perú han cambiado: somos menos agresivos y más conciliadores. En ese nuevo panorama no hay espacio para quien solía ser Medina.
Magaly describió su nuevo espacio en Latina (‘Magaly’) como “periodístico” y en su primer programa se enfrentó a Gisela Valcárcel —su eterno rival—, saliendo airosa en el ráting. Pero luego las cifras se pusieron irregulares y el deterioro del programa se fue haciendo notorio, pues seguía siendo lo mismo de antes: chismes y peleas. De hecho, en octubre, un invitado fue expulsado del set tras decirle que no solo afectaba a las personas de las que hablaba, sino también a ella misma: “Si acá algo sale mal en este programa, caes en depresión y terminas en un hospital”, le dijo al aire. Y Medina terminó la transmisión visiblemente afectada.
El 14 de noviembre, con solo 9.8 puntos de ráting, su programa fue cancelado y se anunció un nuevo cambio: especiales de corte social. Y esa no fue la única movida que se cocinó: Latina decidió que Medina iría los domingos por la noche, alejándola de Gisela. La guerra de los sábados había terminado, pero las batallas personales de Medina seguían, pues luchaba contra la sombra de lo que alguna vez fue. El 6 de diciembre tocó fondo: los 6.8 puntos de ráting que alcanzó marcaron uno de los puntos más bajos de su carrera.
“Magaly se ha estado buscando a sí misma y no acaba de encontrarse, como sucede con las personas que en la madurez entran en ese afán”, reflexiona Fernando Vivas, crítico televisivo. “Ha estado tentando géneros, lo cual es una posibilidad legítima, pero por los antecedentes de Magaly… es una búsqueda o un experimento con el que no se siente satisfecha”, concluye. Esta opinión la comparte Huerta-Mercado: “Es indudable que es una periodista inteligente, pero tendrá que hallar la forma de reconciliar la imagen que construyó con tanto cuidado, pues le cuesta escapar”.
“Estoy encontrando mi norte”, dijo la conductora dejando en claro que esta necesidad por hallar un nuevo rumbo tiene fuertes dimensiones personales. Está claro que, además, es un momento muy interesante en su carrera: Magaly ha posicionado muy bien una imagen conflictiva de sí misma durante años y ahora busca transmitir un mensaje positivo a pesar de ello, lo cual hasta cierto punto es loable.
¿Es este el fin de Magaly Medina? No. Al cierre de esta edición, Magaly logró 12.5 puntos de ráting en la más reciente emisión de su programa (y ha cerrado el 2015 liderando el ráting en su horario). “Primer lugar del domingo. ¡Soy un hueso duro de roer!”, escribió en Twitter y —siendo objetivos— es difícil no darle la razón.
GISELA: EL ARTE DE HACER LO MISMO
¿Es Gisela Valcárcel una de las figuras más importantes de la televisión peruana de los últimos 30 años (además de una de las más influyentes)? Sí, pero por una sencilla razón: su experiencia en conducción, sin considerar el estilo o los desaciertos personales, es envidiable.
“Hay más consistencia y coherencia en Gisela, entrega un formato ya tradicional con este estilo de conducción zalamero, impostado. Es estable y eso rinde. Y siempre se encarga de que ocurran eventos que llamen la atención”, apunta Fernando Vivas. Sucede que Gisela encarna ese lado del Perú que se vende como producto nacional: la opinión ligera y displicente, que no profundiza y que se mantiene desentendida. Su formato, en comparación con Magaly, es más tradicional. Además, sus chispazos de autoayuda la convierten en la persona más ‘espiritual’ y empática de la señal abierta.
El secreto reside en que Gisela —a diferencia de Magaly Medina— ya se ha reinventado, ya encontró lo que le funciona. Los años al aire no han sido en vano. El kilometraje ha afinado su instinto de conservación. Bailando por un sueño, El show de los sueños, El gran show, Operación Triunfo y —su actual programa— Los reyes del show no solo suenan muy similar sino que cuentan la historia de la única vedette en el Perú que se ganó el título de ‘reina del mediodía’ para luego conquistar la noche de los sábados con formatos importados. Como sostiene Alex Huerta-Mercado, Valcárcel es el arquetipo del éxito porque es la chica de barrio que la pasó muy mal, pero que ahora triunfa frente a las cámaras.
“Lo que ha tenido Gisela ha sido una suerte de estabilidad que le ha permitido mantenerse con estas ideas de mayor optimismo y emprendedurismo, que están de moda en el Perú”, aclara el antropólogo. “Vivimos una onda que —aunque muchos no quieran verla— es optimista: existe la ilusión de que estamos más integrados. Por eso se buscan más programas de este corte, mucho más estimulantes que programas que generen conflicto u odio, que es algo que sigue existiendo, pero que va en retroceso ante esta idea de ‘nuevo Perú’”, agrega.
Así cerramos el 2015. Los peruanos ya no prenden el televisor para sintonizar conflictos porque se sienten impostados ante esta supuesta ‘nueva’ realidad. Ahora la diversión no está en la desgracia ajena ni en el chisme vacío, sino que también tiene Marca Perú: todos comemos bien, triunfamos ante los ojos de los extranjeros y Gisela Valcárcel (quien por lo general evitó polemizar directamente con Magaly Medina, su némesis) resultó ser la anfitriona perfecta para los nuevos sábados por la noche. Ese es el rostro que los peruanos han elegido para anunciar estos ‘logros’.
REALITIES: AHORA CONSUMIMOS VIDAS
Y en el centro de toda esta batalla campal, ¿por qué los realities siguen siendo relevantes? Recordemos que tanto Medina como Valcárcel han alimentado sus transmisiones con los protagonistas de estos nuevos formatos televisivos.
Para el crítico Fernando Vivas, sucede que otros géneros que podrían tomar ese espacio se producen muy poco. “La ficción fácilmente podría ocupar estos espacios, pero probablemente no ocurra. Se nota que, para los productores, el reality sigue siendo el producto de bandera y la telenovela es un subsidiario”, dice.
Pero no es gratuito que Esto es guerra y Combate logren hacer tendencia nacional de un hashtag larguísimo (que va contra todo lo que se supone que debería triunfar en redes sociales) y tiene que ver con la accesibilidad a una forma de vida que antes parecía ser lejana. Para Huerta-Mercado, se trata de un fenómeno interesante, porque hasta hace unos años “los chicos de apellidos italianos o las chicas muy producidas se veían como inalcanzables y ahora son potencialmente accesibles”.
De hecho, el antropólogo opina que el cuerpo es un representante simbólico de esta nueva clase social: “La vigorexia, el culto al cuerpo sano, viene como parte de los discursos neoliberales… en cualquier lugar que empieza a prosperar industrialmente, lo primero que salen son gimnasios, salones de belleza, etcétera”, precisa.
Y claro, también están los melodramas, que son lo que realmente vende. Embarazos, traiciones y enemistades son el verdadero guión de los realities. Los cuerpos apretados, las tuercas y los vasos de plástico son la excusa ideal, porque lo que el peruano quiere ver es que alguien luche y sufra como él.
Por eso ahora consumimos estas vidas ‘ideales’ sentados frente al televisor, de lunes a viernes en un horario para todo público.
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