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Opinión

Al cierre de esta columna, Martín Belaunde Lossio, el hombre que con su testimonio podría dar por terminado prematuramente el trepidante gobierno de Ollanta Humala y Nadine Heredia, se había escapado. Difícil explicar por qué se entregó cuando nadie sabía a ciencia cierta en dónde estaba.

Quizá se entregó porque pensó que ser asesinado durante una huida es más fácil de aceptar por la opinión pública que aparecer muerto luego de ser detenido, enmarrocado y mientras es transportado de un país a otro. Quizá cambió de opinión.

El fiscal argentino Alberto Nisman apareció muerto de un balazo en la cabeza un día antes de dar su testimonio ante el Congreso argentino, testimonio que, se supone, enterraría a Cristina Fernández al hacer público que esta y su gobierno protegieron a los iraníes que perpetraron el ataque a la mutual judía en Argentina que causó la muerte de 85 personas en 1994.

Lo más probable es que la investigación por este crimen, como suele suceder en este mundo nuestro cuando las billeteras son más grandes que los principios, termine dentro de 20 años. Si es que termina. De primera impresión, lo peor que le podía pasar a la Kirchner era que su acusador amaneciera muerto en su baño un día antes de entregar evidencia que la incrimina. Hoy, sabemos que no es así.

Atrapar a Belaunde Lossio para que hable es urgente.

Amainar los ánimos en Arequipa es urgente.

Importante es ocuparnos de la unión civil, de la institucionalidad, de la reforma del Estado y de la Policía, de la educación, de la salud, del sistema de pensiones y del mercado de capitales. Y nada de eso estamos haciendo; nada de eso hemos hecho en 20 años.

Dicen que hay un video de la Baigorria tolaca.


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