Dos mujeres que dejaron de lado algunos de sus sueños tras verse obligadas a renunciar a sus trabajos, un padre soltero que no llega a tiempo para ver a su hijo y un estudiante que no duerme para poder asistir a su universidad y a su centro de labores. Estas son solo cuatro *de las dramáticas historias *que día a día protagonizan miles de limeños por una razón: el caótico tráfico.
A la ya terrible congestión vehicular que se vive desde hace décadas se suma el cierre de diversas calles por una serie de obras que terminan convirtiéndose en una pesadilla para el ciudadano. Como si fuera poco, esto es aprovechado por la delincuencia.
Una de las situaciones más dramáticas se vive actualmente en la Carretera Central, por donde diariamente transitan más de 300 mil vehículos. Desde el 20 de mayo cerraron cinco kilómetros de esta vía por el inicio de las obras de la Línea 2 del Metro de Lima. Esto ha generado que la zona se convierta en un laberinto sin salida.
Los 300 policías de Tránsito asignados a la zona no se dan abasto. “Aquí roban, jalan las carteras por las ventanas. Los carros se estacionan donde sea y, como no hay muchos policías, los ladrones suben y bajan de las unidades”, señaló Gianina Castro, una estudiante de Psicología que todos los días debe atravesar la zona para llegar a su universidad.
Similar panorama se observa en las carreteras Panamericana Norte y Sur, en la Av. 9 de Octubre (San Juan de Lurigancho) y en la intersección de las avenidas Morales Duárez y Universitaria, a la altura del puente Bella Unión. Las personas que se desplazan por estos lugares viven condenadas a un verdadero infierno.
“Los buses pasan abarrotados, las personas se pelean por subir y viajan colgadas de la puerta para llegar a tiempo a sus destinos”, contó Iván Calderón, quien vive en el Cono Norte.
Otra historia es la de la Av. Javier Prado, que en horas punta se convierte en sinónimo de caos. Un ciudadano puede tardar hasta media hora para atravesar solo diez cuadras.
“RENUNCIÉ A UNA OPORTUNIDAD”
Era la oportunidad de su vida, pero el caótico tráfico en la Carretera Central la puso entre la espada y la pared. Tenía que elegir entre sus estudios de Psicología o un puesto fijo como asistente de administración en una importante compañía. Con mucho pesar, se decidió por la primera opción, aunque aún se lamenta de ello.
“A los 30 días de haber comenzado a trabajar, tuve que renunciar porque llegaba tarde a las primeras horas de clases en mi universidad. Estuve a punto de perder el ciclo”, contó Gianina Castro (20).
Visiblemente afectada, señaló: “Pese a que era una oportunidad laboral muy importante para mí, decidí renunciar por el tráfico. Los profesores me llamaban la atención todos los días por llegar tarde y ya no podía soportar más”.
Ella iniciaba su recorrido a las 6:00 de la tarde en Surco (donde estaba su trabajo). Tenía que llegar a las 7:30 de la noche a su universidad, ubicada cerca de la Municipalidad de Ate.
Sin embargo, todos los días se retrasaba entre 40 y 60 minutos debido a que las obras de la Línea 2 del Metro de Lima hacían que la cúster que la llevaba a su destino se desviara por calles aledañas muy estrechas.
Es más, la estudiante contó que, en más de una oportunidad, se libró de ser asaltada en el vehículo de transporte público. “He visto cómo los delincuentes suben a los carros, roban a los pasajeros, y arrebatan carteras y mochilas por las ventanas. Realmente es espantoso”, refirió la joven.
Gianina se ha visto obligada a aceptar un trabajo temporal como teleoperadora en una empresa cerca de su centro de estudios. Aun así, todos los días soporta el infernal tráfico.
“YA NI PUEDO VER A MI HIJO”
Martín Alcántara es un padre soltero que solo tiene tres días a la semana para estar con su hijo de siete años, pues, el resto de días, el pequeño está con su madre. Sin embargo, el tráfico de Lima hace que muchas veces ya ni pueda ver a su engreído debido a que, al llegar a su casa, este ya está durmiendo.
Su pesadilla tiene nombre propio: la avenida Javier Prado. Sale de trabajar a las 8:00 de la noche de una agencia bancaria de La Molina, donde se desempeña como analista financiero, y pese a que tiene vehículo propio, llega a su departamento de San Borja casi dos horas después.
“He intentado rutas alternas, pero el resultado es el mismo o hasta peor. Quisiera ver a mi hijo, pero, cuando llego, ya no puedo despertarlo. Tengo que levantarlo a las 6:00 de la mañana para llevarlo a tiempo al colegio”, sostuvo.
Sus padres, que viven junto a él y lo apoyan con la crianza de su hijo, hacen hasta lo imposible para mantener al menor despierto, pero él ya tiene como hábito acostarse, máximo, a las 9:00 de la noche. “Le hacen ver dibujos, jugar con sus carritos, pintar, pero es inútil”, manifestó el acongojado padre.
Martín contó que a esto se suma el elevado presupuesto que debe invertir en combustible.
“Por movilizarme de San Borja a La Molina gasto, como mínimo, S/.150 en cinco días. Esto se debe a que tardo 15 minutos solo para avanzar dos cuadras. Los vehículos forman un caos en esta avenida. Hasta los buses del Corredor Azul se han sumado a esta congestión vehicular”, finalizó.
“NO DUERMO POR LLEGAR A CLASES”
El tráfico y la distancia se han convertido en su peor enemigo. Esto lo obliga a no dormir, por lo menos, tres noches a la semana. Trabaja de madrugada como teleoperador en Santa Anita y, para llegar a sus clases de inglés e Ingeniería, muchas veces prefiere deambular por la zona antes que regresar a su casa en Carabayllo. Las veces que sucumbió ante el cansancio y se fue a descansar un par de horas, se quedó prácticamente atrapado en la Panamericana Norte.
Esta es la historia de Iván Calderón (28), quien quiere ser ingeniero mecatrónico. Él sueña con terminar la carrera y poder viajar a Estados Unidos, donde tiene familiares que han prometido ayudarlo. Sin embargo, la congestión vehicular se ha convertido en una piedra en sus zapatos.
“Yo trabajo desde las 3:00 de la madrugada y salgo al mediodía. Los tres días que tengo que ir a la universidad y a mis clases de inglés prefiero no retornar a casa porque sé que no llegaré a tiempo. La Panamericana Norte está destruida por las obras y lo que se vive dentro de un bus es un infierno”, afirmó Iván.
“Desde mi casa hasta el trabajo, el bus se demora más de dos horas. El Metropolitano ya no es una opción por el elevado pasaje. Prefiero madrugar o caminar algunas cuadras para ver si acorto unos minutos”, cuenta.
“Tengo que tomar varios carros para llegar a mis clases y esto me cuesta, en promedio, S/.8. La idea es llegar a mi trabajo como sea, porque tengo un compromiso con mi familia”, puntualizó.
“MI VIDA ERA UN VIA CRUCIS”
Su vida era un vía crucis. Durante más de dos años, soportó viajar en el Metropolitano casi colgada de la puerta. Resistió las peleas, los empujones y las enormes colas para abordar un bus de transporte público. No obstante, la depresión, el estrés y una anecdótica experiencia en una unidad hicieron que renunciara a su trabajo definitivamente.
“Me subí a un bus abarrotado de gente. Cuando la puerta cerró, mi pie se quedó atascado y, pese a que gritaba desesperadamente, nadie me hizo caso”, contó Luz Calla, quien era trabajadora del hogar en Surco.
Ella vive actualmente en San Martín de Porres. “Para llegar a mi trabajo, madrugaba desde las 5:00, tomaba una cúster y bajaba en la estación UNI. Ahí mi angustia crecía cuando pasaban los minutos y no podía abordar ningún bus. Sabía que tenía que llegar a mi trabajo a las 7:00 de la mañana. De lo contrario, iba a recibir la amonestación de mi patrona”, refirió Luz.
Narra que “lloraba mucho, me enfermaba, pero aguantaba por cariño a la familia. Hasta que un día dije basta, no soportaba más y renuncié”.
Refirió que otro aspecto que la llevó a tomar esa decisión fue que gastaba S/.10 diarios en pasajes y, con su sueldo de S/.700, esto se volvió insostenible.
“Gastaba S/.1 por una cúster, S/.2.5 en el Metropolitano y luego S/.1 más para llegar hasta Surco. De regreso era lo mismo”, sostuvo.
- César Takeuchi (ctakeuchi@peru21.com)*
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