Mijail Palacios Yábar
@mijailpy
Diego Trelles Paz (Lima, 1977) presenta mañana ‘La procesión infinita’ (Anagrama, 2017). Una novela que parte del año 2000, de la caída del gobierno de Fujimori y su devenir, pero abordada desde la amistad de sus personajes. Una obra que, a pesar de nuestras objeciones –que las planteamos en la entrevista– logra nuestra atención hasta la última página. Esperemos que esta conversación alcance ese nivel de sintonía.
En uno de los pasajes del libro escribes “paso la dictadura, pero nada se fue”. ¿Esa carga pesimista lleva en hombros ‘La procesión infinita’?
Alude al duelo no cerrado, a la melancolía de los peruanos. Yo creo que la gente ha sufrido demasiado en este país y aún hay una tendencia a no querer recordar, a pasar la hoja, lo que es completamente entendible. Pero quizás muchas de las cosas del contexto político actual pueden ser explicadas desde ese duelo no resuelto: un dictador preso, gente presa que participó en el conflicto interno –del lado terrorista, paramilitares, militares y ministros– y esa aparente institucionalidad en la cual todo debería marchar; y sin embargo, arrastramos esas pequeñas esquirlas de lo que fue la dictadura. Los dos personajes del libro, Francisco y Diego (el Chato), representan los polos en conflicto de lo que es el Perú actual, uno que no puede conversar, que no tiene derecho a disentir… Para mí la dictadura no se fue, porque está presente en, por ejemplo, el periodismo chicha, en la amenaza del indulto con cada presidente que entra, en el fujimorismo que no se democratizó y que sigue siendo financiado por oscuras fuerzas y casi gana las elecciones dos veces. Además, por un país que sigue siendo fuertemente conservador.
¿No crees que el tema de fondo, la reflexión que propones para ‘La procesión infinita’ se puede banalizar con la historia en sí misma: las aventuras del Chato, Francisco y Cayetana?
Muchos de ellos están en duelo por distintas razones. Todos ellos han vivido este proceso tanto del conflicto interno como de la dictadura. Ahora bien, a mí no me interesa hacer ninguna literatura aleccionadora, proselitista o que te diga cómo pensar. En la mayoría de personajes, que son bastante contradictorios, hay hechos que señalan este problema del que hablo. Cayetana es la hija bastarda y fruto de una relación de una empleada y el hijo de la casa. Más adelante es ‘hija’ de un sindicalista que muere por el alcohol.
¿Cómo hallar el equilibrio entre la narración y lo que, en el fondo, quieres decir sobre un momento de la historia del Perú?
Cuando uno se plantea una obra narrativa no necesariamente está pensando en hacer explícito un mensaje determinado ni tomar partido… Claro, yo digo “la dictadura nunca se fue” y parece que fuera un libro que, de alguna manera, asume una postura política. No me interesa tomar partido sino mostrar. Ahora, al lector le compete interpretar mi libro. Yo lo termino y ya no me pertenece.
¿No mides el hecho de que tu visión del Perú, de alguna manera, se pierda en el extremo de una historia de drogas, hoteles y sexo?
En lo absoluto. Todos los temas que se tocan de acuerdo con los diferentes personajes creo que canalizan bien muchos de los problemas de los que hablo en este trasfondo posdictatorial. Cada personaje que uno crea va tomando su propio camino en el proceso de hacerlo. Lo que trato de modular normalmente es lo maniqueo, el bueno versus el malo. No creo que la historia de Francisco y el Chato sea banal. Quizás tenemos un comienzo que es muy ligero, comparado con ‘Bioy’ (que es un golpe de puño), pero si te das cuenta al final de ese capítulo lo que hacen estos dos polos del Perú es golpear a un taxista salvajemente. ¿Eso no te habla acaso de la frustración de estos jóvenes que escaparon después que cayó la dictadura y se dedicaron básicamente a perderse? No creo que ‘La procesión infinita’ banalice nada.
En todo caso, es nihilista.
Todas mis novelas son así (risas).
Sin embargo, Diego Trelles no es así, ¿no? Más bien, siempre estás esperando el cambio.
Como el Chato. Él es esa representación de ese soñador, ‘progre’…
Por ejemplo, aún crees en un proyecto de izquierda.
Sí, pero ahora es cada vez más difícil. Pero quien lea mis libros pensando que va encontrar un discurso político, no creo que…
Pero sí una postura política, ¿no?
Definitivamente, todo escritor tiene una postura incluso cuando escribe. La escritura es ideológica también. Lo que yo no hago es machacarlo. Quiero que se entienda que a mí me interesa reflexionar sobre el Perú y lo hago desde los post que pongo en Facebook y también desde mi literatura, pero quitándole en la medida de lo posible ese ropaje.
► Renato Cisneros: “Me interesa escribir sobre el año 2000, como retrato de la decadencia del Perú”
Bueno, el personaje de Chequita hace un guiño político cuando alude positivamente a Verónika Mendoza.
(Risas). Hay guiños evidentemente… Acuérdate que el Perú del presente está ahí.
Por cierto, Chequita es un gran personaje.
Gracias. Es un personaje con el que tuve una empatía natural. Es la mujer que desde casi el piso más bajo de la pirámide social, que no es limeña, que trabaja en una casa para otras personas, empieza a través de los libros a salir de esa posición y a entender que con la literatura puede lograr cosas en su vida. Me identifico con ella porque creo que ese descubrimiento también fue el mío cuando era adolescente.
Es la reivindicación de “la muchacha”, esa odiosa palabra que humilla.
Que va por la tarde al colegio fiscal. Pero cuántas personas como ella cuánto podrían hacer si tuvieran el mismo acceso que la gente de clase media para arriba posee… Es decir, no todas las chequitas de este país tienen acceso a una biblioteca y no tienen tiempo para leer. Entonces, ella alude a Faulkner, quien escribía de noche mientras trabajaba como cartero. Y Chequita hace lo mismo. Su gran logro al final es que ya tiene su libro y que su maestra es una mujer. Esto adquiere relevancia en un país que cada vez más se ensaña con las mujeres y las minorías.
► Atom Egoyan: “Como cinéfilo amo la piratería, como director la odio”
¿En la literatura peruana hay mezquindad con la mujer?
En general me parece que los personajes masculinos han sido más trabajados. Las escritoras tienen menos oportunidades que los escritores. Es una vergüenza que haya mesas donde solo participen hombres. Sin embargo, hay una generación de escritoras que ha ido madurando de una manera muy notoria y que está en la antología (‘Como si no bastase ya ser’) de Nataly Villena (que reúne a 15 narradoras peruanas) diciendo: alerta, no estamos aquí porque somos mujeres sino porque tenemos talento.
¿Y desde Francia cómo ves la literatura peruana?
Hay un divorcio notorio en las políticas culturales de los gobernantes y el avance de las diferentes disciplinas. El cine ha crecido, así como la oferta de teatro. La Feria del Libro ha llevado 600 mil personas en un parque que disfrazamos de auditorio. El presidente Kuczynski dice que va ir y no llega. Hace años que los alcaldes de Lima no están. Eso es imposible en Bogotá, Buenos Aires, Santiago y Guadalajara. Los autores están produciendo; sin embargo, el Gobierno sigue tratando a la cultura como el patio trasero de la casa y le da migajas. La Feria del Libro tiene que tener un local propio. Es urgente. Nuestra parte ya está hecha, jalamos gente, estamos moviendo lo que más le interesa: el dinero… Entonces, ¿qué falta?
¿Y ya estás ‘moviendo’ un nuevo libro?
Sí, es el final de la trilogía que empezó con ‘Bioy’. Que no es saga. Estoy en la etapa de trabajar acá (señala su cabeza). Tengo las ideas fijas, las historias, pero aún no lo he empezado. Mi idea es hacer algo igual de complejo que con ‘Bioy’.
DATO
‘La procesión infinita’ se presenta mañana jueves en Librería Sur (Av. Pardo y Aliaga 683, San Isidro). 7 p.m. Lo acompañan los escritores Santiago Pedraglio y Antonio Gálvez Ronceros.
Si te interesó lo que acabas de leer, recuerda que puedes seguir nuestras últimas publicaciones por Facebook, Twitter y puedes suscribirte aquí a nuestro newsletter.