26.NOV Martes, 2024
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De generación en generación: Cuando la vida se baila

Es nieto del fundador de Perú Negro, hijo del actual director y el indicado para recibir ese cargo cuando le toque hacerlo.

Calma. Campos es dueño de una personalidad tranquila. En el escenario eso cambia. (Luis Centurión)
Calma. Campos es dueño de una personalidad tranquila. En el escenario eso cambia. (Luis Centurión)

Eder Campos (30) comenzó su carrera el 23 de marzo de 1986, la fecha en que nació. Pertenece a la tercera generación de descendientes directos de esa dinastía afroperuana que es Perú Negro. Ronaldo Campos, el fundador de la agrupación, es su abuelo y el hombre que admira desde antes de sus primeros días sobre el escenario.

Después de algunos años de cotidiana relación con los instrumentos y las danzas afroperuanas, aún niño, Eder ingresa a Perú Negrito, la agrupación juvenil –casi infantil– de Perú Negro. Fue el mayor del grupo y tres años más tarde, a los 15 años, ya había pasado a integrar el elenco de mayores. “Dicen que en mi familia los niños nacen con un cajón bajo el brazo”, cuenta Eder con un tono orgulloso y mirándose el tatuaje que tiene en el brazo.

Los primeros integrantes de Perú Negro hicieron varias investigaciones para lograr las recreaciones de danzas como el alcatraz, la zamacueca, zapateo, festejo, entre otras, antes de que el boom de la música afroperuana estallara allá por los 90. Eder surgió de las canteras de esa agrupación y hoy es el director artístico de Perú Negro.

CRECER CON RITMO
La danza afro es una danza en la que los hombres bailan con el torso descubierto y sus cuerpos aceitados para resaltar las formas. Se caracteriza por ser un baile fuerte donde el bailarín muestra carácter. Eder rompía en llanto para que su abuelo lo dejara bailar ese ritmo.

Aunque había conseguido llegar a formar parte del elenco principal de Perú Negro, su cuerpo de 15 años no lo dejaba darle la fuerza corporal que se le debe dar al baile. Su abuelo moriría años después sin lograr verlo bailar la danza, él lo recordaría en un escenario de Los Ángeles, Estados Unidos, meses después, la primera vez que por fin salía a bailar afro. Un tatuaje se apoderaría de su brazo izquierdo para siempre: “Ronaldo C.”. El ritmo y la familia no solo se llevan en la sangre, sino también en la piel.


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