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"Si dejo de actuar venderé frunas, como antes"

Tiene calle, talento, dos hijos y una bella mujer. Óscar López Arias protagoniza La fiaca y es el nuevo conductor de El Gran Show, el programa de Gisela.

Foto: César Fajardo.
Foto: César Fajardo.

Óscar López Arias,Actor
Autor: Gonzalo Pajares.
gpajares@peru21.com

Creció en Lince, estudió en colegios nacionales y vivió algunos años en un AA.HH. de Pucusana. También es el esposo de Daniela Sarfaty, la bella actriz de Nubeluz y Torbellino. Óscar López Arias, nuevo conductor de El Gran Show, el programa de Gisela Valcárcel y protagonista de la buena obra La fiaca (de J a L, 8 p.m. en el teatro Larco, Miraflores), nos habla de su vida.

Te decían ‘Gringo misio’…
Mi familia tuvo problemas económicos serios. Durante un tiempo vivimos en un Pueblo Joven, al sur, en la entrada de Pucusana. He andado sin zapatos y he estudiado por allí… y feliz. Yo era el lunar, el desabrido, me hacían bullying (risas). Hoy, algunas esteras le han dado paso al cemento. Me daría pena ocultar esto, pues es parte de mi realidad. La familia que aún tengo allá decidió servirse menos para que todos pudiésemos comer. Por eso, cuando me voy a ‘motear’ al sur, me escapo, me voy a verlos y compartimos aunque sea una gaseosa.

¿Cómo recibió tu familia tu decisión de ser actor?
Me fui de mi casa a los 15 años. Quería alejarme de mi barrio, hacer más por mí, pues me estaba yendo a la mierda, tenía amistades peligrosas. Cuando algunos parientes se enteraron que quería ser actor dijeron que era fumón o maricón… y nunca he sido fumón (risas), pero como me la veía solo, nada pudieron hacer. Acabé la secundaria en un colegio no escolarizado, me metí de mercachifle; fui ambulante, repartidor de gaseosas, pintor de brocha gorda…

¿De chico fuiste al teatro?
Nunca. En mi casa estábamos más preocupados en comer que en ir al cine o al teatro. Pero ya adolescente fui a ver una obra de mis amigos en El Inmaculada. Quedé impresionado. Al año siguiente me metí al taller del Inmaculada para vivir la experiencia del teatro y me pareció alucinante. Un año después hice El Principito, libro que no había leído antes, pero cuyo montaje me marcó. En mi carro hay un Principito, mi hijo tiene un cuadro en su cuarto. Después estudié Comunicaciones y empecé a trabajar en prensa: quería ser periodista, pero como la cosa estaba jodida en ese terreno por Fujimori, volví al teatro gracias a Roberto Ángeles… ah, también me puse a enseñar teatro solo con mi experiencia en la Inmaculada y en El Principito (risas).

¿Así de aventado eres?
Sí. Recuerdo que en un cásting me preguntaron si sabía cantar, bailar y tocar algún instrumento. Muy serio dije que sí, que si querían se los demostraba… felizmente no me pidieron una demostración porque yo no canto, no bailo ni toco nada, pero estuve en la obra (ríe). Mi vida ha estado llena de experiencias tan pajas, tan tristes, tan divertidas, tan difíciles, que la única forma que tengo para vivir es actuar, pues allí puedo canalizar, exteriorizar y hasta interiorizar mi vida misma.

La actuación no es, precisamente, el reino de la estabilidad, ¿cómo asumes esto?
Yo no guardo pan para mayo porque en abril me voy a morir (risas). He tenido dos infartos: a mis 35 años mi historia médica es bastante particular. Por eso, no creo en el futuro porque no está escrito, lo hacemos nosotros. No pienso en el mañana porque estoy ahorita acá, y si bien este no es un negocio estable, he tenido suerte porque trabajo mucho y no paro.

Daniela Sarfaty viene de un mundo distinto al tuyo…
Sí, viene de una familia estable, acomodada, de un colegio formal. Yo soy todo lo opuesto. Cuando empezamos a salir le decía: “¿De verdad quieres salir conmigo? Tienes para estar con alguien más bacán (risas)”. Lo más bonito que me ha pasado es que ella haya querido estar y casarse conmigo.

Has hecho mucha televisión…
Sí, estuve en las dos partes de Yo no me llamo Natacha. En La Tayson hice un personaje divertido, tierno, graciosos, estúpido, muy parecido a mí (risas). Ahora estoy grabando La reina de las carretillas, con Michelle Alexander, quien está loca pero nos adoramos.

Y hace mucho trabajas con Ciccia y Carrillo, de Plan 9…
Sí. Nuestra primera obra fue El Mentiroso, luego hicimos Arsénico, El rey ciervo, La Chunga, El celular de un hombre muerto, Puertas comunicantes y, ahora, La fiaca… y tenemos proyectos hasta el 2014. Somos una familia divertidísima, nos mandamos a la mierda, pero confiamos mucho en nosotros, hablamos el mismo idioma y apostamos a lo mismo: el teatro.

La fiaca es una obra dura…
Allí uno se da cuenta de que estamos hechos para responder a un orden, a un sistema que nos somete, que nos controla.

¿Te consideras un galán?
No, la televisión no me quita el sueño. No tengo músculos, ni naturales ni operados… y ya se me está descosiendo el gorro (risas). Voy a pasar mi vida en el teatro, divirtiéndome y, si después nadie me llama, volveré a vender frunas, como de joven. Miedo no tengo: ya me he alimentado de pan con plátano. Solo tengo pánico sentirme inútil.

AUTOFICHA

- Nací en 1977. Soy de Lince. Me juntaba con todos: con los de San Isidro y de La Victoria, así soy, me acomodo muy bien en todos los lugares. Me decían ‘Gringo misio’.

- Pasé por ocho colegios, todos nacionales. Siempre he tenido problemas para controlar mi necesidad de joder, de reírme y de hacer reír a los demás.

- Tengo dos hijos. Estudié con Alberto Ísola y Roberto Ángeles. Creo en la reencarnación, soy melancólico. Oigo La hora del lonchecito. Fui a ver a Camilo Sesto, una señora.


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