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Opinión

Cada vez que un personaje público sale del clóset, cada vez que una persona querida y admirada reúne el coraje de pararse frente al país y admitir, serenamente y sin aspavientos, su identidad sexual, algo prodigioso sucede (…). Beto Ortiz)

Cada vez que un personaje público sale del clóset, cada vez que una persona querida y admirada reúne el coraje de pararse frente al país y admitir, serenamente y sin aspavientos, su identidad sexual, algo prodigioso sucede. Ese niño gay siempre insultado por su padre deja, por un instante, de sentirse un bicho raro. Esa muchacha lesbiana discriminada en su colegio se mira al espejo con menos vergüenza. Ese joven trans –abusado y agredido– considera, de pronto, la posibilidad de comenzar a quererse un poquito. Ayer, el multitalentoso Bruno Ascenzo –quien a su breve edad ha conseguido como actor, guionista y director de cine y teatro, triunfos que muchos no logran en una vida de carrera– tomó la que debe ser la única decisión ineludible en la vida de las gentes: la de abrazar con amor, delante del prójimo, aquello que tú verdaderamente eres. Y se dio el lujo de hacerlo con este testimonio honesto, conmovedor y magníficamente escrito que los peruanos del futuro agradecerán en el cercano día en que todos seamos iguales. (Beto Ortiz)

Hace mucho tiempo quería escribir lo que ahora les voy a contar. Ustedes saben que siempre he defendido mi vida privada, y espero que sepan que lo voy a continuar haciendo siempre, contra viento y marea, pues considero que ser una persona pública no te obliga a hablar de lo que haces en la cama, sino de lo que presentas en el cine, la radio, el teatro o la televisión. Mi vida pública es mi vida profesional. Y mi vida privada es tan privada como la tuya.

He tenido la suerte (y la desgracia) de crecer frente a cámaras, delante de todo un país, y ello ha condicionado mi vida de maneras especiales. He debido ser cuidadoso porque nunca he querido estar involucrado en escándalos y muchas veces he debido optar por quedarme en mi casa, entre cuatro paredes, para mantener, de alguna manera, ese espacio privado que para mí, y para todo el mundo, es tan importante tener.

Pero hoy estoy cansado de quedarme callado. Cansado de leer que vivimos en un país tan equivocado, donde tantas personas somos discriminadas simplemente por tener una orientación sexual distinta a la convencional. Harto de leer comentarios homofóbicos tras ver una linda foto de dos hombres abrazados en la portada de una revista. Harto de darles la potestad a infelices trolls de pretender insultarme con palabras que no cargan ninguna negatividad sobre ellas.

Soy gay desde que tengo uso de razón y soy feliz de serlo. Si tuviera que volver a nacer, elegiría repetir el plato. Me gusta ser como soy. Soy así desde que me veías hacer Travesuras con Stephanie en Panamericana, desde que volaba cometa en Mañana te cuento o desde que me chapaba a Gisela en Esta sociedad. La misma persona. Con la misma cara de pavo. Una persona con mil defectos por corregir y mil virtudes por potenciar, pero de ninguna manera un enfermo, un desviado, un desperdicio, ni ninguno de esos adjetivos que los ignorantes usan para menospreciarnos.

Muchas veces me he preguntado de qué sirve ser famoso. De qué vale que mi cara esté en un panel de la Javier Prado. Para qué hago lo que hago. Y encuentro muchas respuestas satisfactorias en mi trabajo diario. Soy feliz haciendo películas, radio, dirigiendo teatro, actuando. Quizás lo haga bien para algunos y detestablemente mal para otros. Pero es lo que me gusta hacer, y mal que bien, creo haber hecho una carrera digna de casi 20 años.

Y hoy pienso que quizás mi historia pueda servirle a mucha gente que aún guarda un discurso añejo y prejuicioso. A muchos jóvenes que tienen miedo de ser quienes son o a muchas madres o padres que se asustan al ver que su hijo es gay o lesbiana. Amigos, no pasa nada. No hay nada de malo en eso.

Mi familia sabe de mi orientación hace más de una década (no opción, por favor, acá no se elige nada). Me han apoyado en cada una de las etapas de mi vida. Han compartido conmigo y con la buena gente que me ha rodeado y que me rodea. Me quieren ver bien y feliz. No fue fácil al inicio. Vengo de una familia religiosa y conservadora, y entiendo ahora que todo se trata de cuán mal nos han enseñado a aceptar las diferencias. Bueno pues, es momento de romper ese círculo vicioso. Las personas valemos por cómo somos y por lo que hacemos, no por otra cosa.

He tenido la suerte de viajar y de ver cómo el mundo ha evolucionado. Y quiero eso para mi país. Igualdad para todos. Somos de los últimos países en aceptar el amor entre dos personas del mismo sexo. Hasta ahora no entiendo qué es tan difícil de entender, pero esta es la batalla que nos ha tocado pelear. Así como tantas personas que en su momento pelearon por lo que creían justo y lo consiguieron, a nosotros nos ha tocado esta lucha, y lo vamos a conseguir. Tenemos que mirarnos todos de igual a igual. A eso hay que aspirar.

Escribo historias para vivir. Pero esta es mi historia. La comparto para que crezcamos juntos, para que el país suba un peldaño en la escalera de la tolerancia, para que vean que no hay nada de malo en esto y para que sepamos que el amor no daña, en ninguna forma, que solo fortalece y crea sonrisas. Y para eso deberíamos vivir. Para ser felices.

Ese es el mensaje que creo que hay que enseñar. Eso es lo que hay que transmitir de generación en generación. Que somos personas con ganas de amar y de ser amados, en igualdad de condiciones, sin importar el sexo de nadie. Sin hacerle daño a nadie. Sin juzgar, sin violentar. Para llegar a ser un país inundado de amor, y no de odios ni violencia. Ayer fue la Marcha por la Igualdad. Las cosas no cambiarán en un día, pero vamos construyendo más cimientos para convencer a quien aún falte convencer de que todos merecemos vivir en armonía y en paz. Estemos del lado correcto de la historia.


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