A partir de la irrupción del ministro Urresti en una “retrospectiva artística” (sic) que exponía obras de reclusos senderistas, se ha generado el debate sobre cuál es la manera más apropiada de lidiar con Sendero Luminoso (SL) y sus legados. Para unos, hay que hacerlo vía la “lucha política”; para otros, usando las armas legales; finalmente, están quienes opinan que con terroristas solo es permisible “mano dura”.
La pregunta de fondo, empero, no es cuál es la forma correcta o más eficiente de vencer a los rezagos de SL, sino cuál es la única posible. Veamos. Primero, el argumento de la “lucha política” –propuesto por algunos ex CVR– es risible. ¿Acaso se cuenta con un partido político, con cuadros solventes a nivel ideológico y presencia territorial, para vencer políticamente a radicales de discurso subversivo y mañas desleales? ¿Debemos seguir el ejemplo entonces de catedráticos de la Universidad Católica que no supieron callar a representantes del Movadef en la presentación del libro de un sociólogo en el corazón de San Isidro? ¿Quiénes están en mejores condiciones para esta “lucha política”: los Villarán-boys o los fujimoristas?
Segundo, nuestro aparato legal en materia contrasubversiva y de respeto a los derechos humanos es enclenque. Nuestras ‘armas’ legales son de utilería. Sí, hay que respetar el Estado de derecho, pero primero hay que fortalecerlo ante estas amenazas. Por ahora, es fácil sacarle la vuelta.
Finalmente, la respuesta antinstitucional de Urresti es –lamentablemente– lo único que tenemos. (Ni siquiera llega a ser conservadora). Sin partidos ni Estado de derecho confiables, la vociferación es lo mejorcito que hemos sacado de aprendizaje de los años de violencia. ¿O usted esperaba a un estadista?
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