26.NOV Martes, 2024
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Opinión

“La jueza fue ella misma y, como también fue parte, decidió por sí y ante sí que su hijastro y su entorno debían ser espiados porque a ella le parecía”.

El hecho noticioso quedó convertido en anécdota y la anécdota en hecho noticioso. La anécdota, por supuesto, fue el intercambio verbal entre el ministro del Interior y nuestra querida colega Patricia del Río en la cabina radial de RPP este último viernes, porque los intercambios verbales de Urresti con periodistas y políticos ya no son noticia desde hace mucho tiempo. Sin embargo, aquella ha sido la que todo el mundo ha comentado este fin de semana porque los medios ya no saben distinguir entre qué es anécdota y qué noticia a la hora de difundir.

La noticia, es decir, el hecho que trasciende cualquier anécdota, es que la jefa de la Sunat está envuelta en un lío bien gordo. Ha pasado en cuestión de horas de víctima a victimaria y por propia boca. Ese viernes, con Urresti al lado peleándose con Del Río, la superintendente confesó en RPP que nadie la estaba “reglando” a ella, como se había denunciado en los medios de prensa. Por el contrario, afirmó Quispe, fue ella la que mandó seguir a su hijastro —y a sus espaldas— encargándole la misión al ministro del Interior, quien, solícito, dispuso el operativo policiaco.

Sí, leyó usted bien. No es que Tania Quispe, preocupada por las juntas de su pariente y las implicancias que estas pudieran haber tenido para su seguridad y la de la Sunat, acudiera a un juez, único funcionario del Estado que puede autorizar el seguimiento de alguien. La jueza fue ella misma y, como también fue parte, decidió por sí y ante sí que su hijastro y su entorno debían ser espiados porque a ella le parecía. Alzó el teléfono, llamó a Urresti y ‘autorizó’ el reglaje. Y es obvio para cualquiera que su cargo de superintendente fue el que le ‘invistió’ el poder para que sus deseos fuesen realizados.

La superintendente, pues, ha cometido un delito mayúsculo porque ella no tiene ninguna autoridad jurisdiccional para autorizar ni ordenar el seguimiento de nadie. Por lo tanto, el reglaje al hijastro —eufemísticamente convertido por Urresti en ‘verificación’– no solo fue clandestino, sino que, peor aún, fue a cargo del Estado, como bien señaló Del Río antes de que la entrevista se despeñara por la anécdota.

Así, tenemos que la máxima autoridad de la administración tributaria del país abusa de su poder y usurpa funciones judiciales en provecho propio al utilizar al Estado para espiar a sus familiares. Dice Tania Quispe que esto le ha causado un problema personal muy grande, pues su hijastro recién se ha venido a enterar de que lo mandó espiar. Es lo que menos debería preocuparle porque, si su hijastro ya no confía en ella por obvias razones, ¡imagínense los contribuyentes!

Ayer fue el hijastro. ¿Y mañana? Tal es la noticia sobre la que los medios deberían preguntar.


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