Las elecciones regionales sirvieron como experimento al Apra para conocer el valor de su símbolo, la estrella. Dicho partido, como tal, presentó siete candidaturas a presidencias regionales (La Libertad, San Martín, Lambayeque, Ica, Áncash, Tacna y Cajamarca) y seis candidaturas a través de frentes electorales que no llevaban la insignia tradicional (Apurímac, Piura, Junín, Lima Provincias, Cusco y Arequipa).
La idea de estos candidatos –todos de militancia aprista, salvo el electo presidente regional de Apurímac, Wilber Venegas, ex funcionario del gobierno anterior– era librarse del descrédito que lleva dicha marca tradicional. ¿A quién le fue mejor? A ninguno. El promedio de votos obtenidos en primera vuelta por quienes llevaron la estrella en la cédula fue de 12.6%, mientras que entre quienes optaron por la vía del “frente social” el promedio fue 12.9%. Si bien tanto Tello (Lima Región) como Venegas (Apurímac) pasaron a la segunda vuelta, ninguno obtuvo más de 16% en la primera elección. Se impusieron por demérito de sus rivales y por la fragmentación política de sus jurisdicciones.
El aprismo en el norte no ha de-saparecido. Se resiste con respetables porcentajes, ya sea con marca (Murgia en La Libertad con 33%, Valverde en Lambayeque con 19%) o sin ella (Peralta en Piura con 18%).
A la luz de los resultados, creo que el Apra no debería soslayar su emblema. De hecho, casi un millón de limeños no tuvo reparos en marcar la estrella para elegir al alcalde metropolitano, con lo cual privilegian al candidato por encima de los potenciales (pero superables) anticuerpos de un viejo partido que pelea contra sus desprestigios. El antiaprismo seguirá existiendo, pero no se supera tapando la estrella con un dedo.
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