Alan García ha sugerido la idea de liderar una candidatura presidencial que represente a un frente político que trascienda al Apra. De hecho, la idea de una coalición partidaria no es nueva ya que alguna vez fue sugerida por Lourdes Flores. Más allá de los réditos que esta estrategia pueda otorgar en las urnas, tendría un impacto en el “sistema partido”.
Los partidos tradicionales sobrevivientes al colapso de los noventa (el Apra y el PPC) han terminado pareciéndose entre sí en términos programáticos y de enraizamiento. Por un lado, ambos son defensores del sistema, apuestan por la continuidad de la política económica y son confiables para el empresariado. Por otro, han perdido presencia orgánica en el interior del país (el PPC más que el Apra) y, luego de la derrota del Apra en el otrora “sólido norte”, son básicamente partidos limeños. Sus líderes –García y Flores- constituyen sus principales recursos mediáticos. Apra y PPC son, pues, los mejores representantes políticos del mundo formal reducidos geográficamente a los centros de poder. Así, la estrategia del frente suena a sensatez y sinceramiento, pero también a resistencia.
El mundo informal está en otra parte: en el fujimorismo y en el voto perdido de Humala, donde quizá no llegue el brazo corto del “frente”. Ahí reside el antisistema caleta, el elector de despertar hostil y pragmatismo andante. De procurar la alianza tradicional, se fortalecería un “sistema partido” en dos: un sector institucionalizado en viejos partidos versus agrupaciones ‘millennials’ –fujimorismo, APP– que empiezan a seducir sistemáticamente a los excluidos (sin outsider de por medio). Como diría el narrador de fútbol en un córner, se juntan las parejas…y no para bailar (sino para subsistir).
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