Carlos Meléndez,Persiana Americana
Enfóquese solo en los aspectos técnicos del márketing electoral de los últimos meses: el resultado es deplorable. Más allá del nivel programático de las candidaturas, las estrategias comunicacionales se han caracterizado por su mediocridad. En el Perú, las campañas electorales no se han profesionalizado y, más allá de la intervención de alguno que otro marketero sin sabor nacional, no hay estrategas.
Quizá Luis Castañeda sea el mejor ejemplo de que se puede ganar una elección sin ninguna estrategia ni equipo de especialistas. Ya durante las elecciones presidenciales, el entonces candidato había fracasado lidiando con diversas consultoras de márketing (incluyendo la comunicadora ecuatoriana que lo asesoró en el debate). Esta vez se decidió por un grupo de leales sin pergaminos. Moraleja: no todos necesitan un Favre.
Villarán y Heresi apostaron, cada quien por su lado, por publicistas extranjeros. Vea usted los resultados: candidatos que deambulan comunicacionalmente sin norte fijo. En menos de tres meses, han cambiado de lema, canción, video ‘viral’ (sic), target. Unas semanas deciden pelearse entre sí, otras apuestan por el antivoto del rival, a la siguiente se dan cuenta de que han descuidado los sectores C, D y E, para que, finalmente, lleguen a la conclusión de que es muy tarde. En términos generales, prima la improvisación y la informalidad.
Los políticos no son los únicos amateurs en el Perú. Reproducen entre sus círculos más cercanos (desde asesores hasta ayayeros) la medianía profesional. Conforman equipos de segunda categoría. Ninguna de las alternativas ha articulado recursos humanos solventes. Sus estrategias de campaña, las más visibles, son indicadores de una precariedad generalizada.
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