26.NOV Martes, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
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Opinión

El legítimo y necesario reclamo de una política metropolitana de promoción cultural se ha planteado en términos errados. La “estrategia” empleada en tal demanda trasluce reflejos clasistas y resentimientos electorales que sabotean una causa meritoria de adhesión ciudadana.

Primero, se proyecta la reivindicación como un falso dilema: cemento versus cultura. Los términos manejados como contrarios en la antojadiza comparación (“cemento y pensamiento”) revelan la jerarquización inconsciente de valores clasistas. Así lo sobreentiende el psicoanalista Jorge Bruce: lo material como “muy útil” aunque de inferior rango que la cultura “intangible”, ese “eficaz antídoto contra las plagas de nuestra convivencia”. Este tipo de apreciación soslaya la connotación simbólica latente en el reconocimiento del beneficiario del “concreto”. Nuestra convivencia también se sostiene en los incorpóreos “clubes” y en la “solidaridad”, asociados al vil “materialismo” y que están en los extramuros de las mentalidades de nuestras élites “culturosas”.

Segundo, la promoción de las políticas culturales requiere de un pacto político plural e ideológicamente inclusivo y multinivel (desde gobiernos locales hasta el Ejecutivo). La polarización y el radicalismo que subyacen tras la “consigna cultural” generan fuertes resistencias; puede ser eficiente como fuente de estigmatización de la gestión municipal (¿o eso pretende?), pero obstruye el objetivo de fondo. Enmendar la plana a un alcalde con 74% de aprobación requiere inteligencia: plantear articulaciones más amplias (con apristas y fujimoristas), con endose popular (no denigrarlo) y agotando las vías conciliatorias. Todos estamos a favor de una cultura viva en Lima, no solo sus “defensores”.


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