23.NOV Sábado, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
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Opinión

Es hora punta. Ingreso a la avenida Javier Prado desde la Vía Expresa, rumbo hacia la Universidad Agraria en La Molina. Cuando era niño, solía hacer esta ruta en los buses 12 A de Enatru Perú, la única empresa estatal que en aquel entonces parecía funcionar. Sus buses modernos, seguros y vigilados solo se detenían en los paraderos, llegaban a estos a la hora publicada y el trayecto no duraba más de 30 minutos. Treinta años después, el escenario que me tocará vivir hoy será muy distinto. La ruta será larga y, quién sabe, peligrosa. ¿Qué pasó?, pienso, mientras avanzo apenas unos metros por minuto. La Javier Prado a esta hora es simplemente imposible. ¿Cómo es que llegamos a este punto? ¿Cómo fue que, en vez de aprovechar todas las oportunidades que tuvo y tiene Lima para convertirse en una ciudad admirada por el mundo, lo que hicimos, más allá de los atributos que tiene para quien la visita, fue convertirla en una ciudad hostil cuyo tránsito infernal e inseguridad reinante hacen que el día a día sea para la mayoría de limeños una suerte de dolorosa y frustrante batalla?

> Cuando el desasosiego que generan estas reflexiones amenazan con quebrar mi ánimo, siempre acudo al mismo recurso salvador. Imagino escenarios opuestos en donde todo toma forma de acierto, todo funciona, todo va cuesta arriba. Y eso hago ahora.

> Imagino, por ejemplo, que las seis líneas del Metro hoy anunciadas ya fueron inauguradas y que todos los corredores viales y sus alimentadores ya están en pleno funcionamiento y que, como consecuencia de ello, gran parte de los problemas que genera un tráfico incontrolable empiezan a solucionarse como una suerte de rompecabezas en el que cada complicación resuelta va solucionando la siguiente, hasta que, al final, todo toma un rumbo positivamente irreversible. Imagino, por ejemplo, cómo un transporte público ordenado poco a poco va influyendo en el conductor particular, que antes encontraba en el caos la justificación para no respetar las normas de tránsito y que, ante el orden imperante, simplemente ya no tiene excusas para no ceñirse a las reglas. Imagino un sistema de ciclovías por toda la ciudad utilizado por cientos de miles de limeños que, ante el nuevo orden, no solo ya no tienen miedo a usar este medio de transporte, sino que lo hacen porque saben que es bueno para su salud, su economía y para el medio ambiente, tal como sucede en las ciudades más avanzadas. Imagino a aquellos que tienen la suerte de contar con un auto prefiriendo el transporte público porque saben que con él llegarán a su destino mucho más rápido, sumándonse con ello al descongestionamiento del tránsito y el ambiente. Imagino a toda una ciudad que gana para sus vidas más de tres horas diarias y así poder aprovechar todas esas oportunidades que esta Lima de miles de años de historia, de cultura, de diversidad, de creatividad, emprendimiento y aventuras tiene para ofrecer a quien la habite. La imagino con sus habitantes disfrutando de su tiempo, acudiendo a los más hermosos museos de la región, desde el grandioso MALI a un imaginario y admirado museo de la diversidad, construido desde la misma mirada icónica de aquel museo Guggenheim que le cambió el rumbo de la historia a la ciudad de Bilbao y ubicado sobre un río Rímac al que miles de limeños acuden masivamente a disfrutar de momentos de ocio desde que fuera rescatado de forma definitiva en todo su trayecto desde las alturas de los Andes hasta el mar Pacífico.

> Imagino su bahía, la famosa Costa Verde, con un hermoso malecón que uno puede recorrer apaciblemente desde La Punta hasta Chorrillos sin peligro porque ya no estamos frente a una vía de alto tránsito que ya no es necesaria, sino ante una hermosa alameda en la que el limeño finalmente dejó de darle la espalda a un mar en el cual, además, supo finalmente encontrar el equilibrio entre sus privilegiadas olas para el surfing, la pesca artesanal y deportiva, el paseo turístico y el simple bañarse en aguas limpias gracias al buen funcionamiento de las plantas de tratamiento de Taboada o La Chira, cosa que hasta ahora no ocurre. Imagino al limeño y su tiempo libre disfrutando de una Lima en donde los terrenos en manos del Estado, en vez de cemento, se convierten en inmensos parques públicos como, por ejemplo, un nuevo y necesario complejo aéreo de Las Palmas, construido al sur de Lima, que permite al espacio actual ubicado en Surco convertirse en un parque que en nada tenga que envidiar al magnífico Central Park. Parques a los que, además, el limeño acude seguro de que nada malo le pasará porque, en ese nuevo orden, una nueva policía bien pagada, bien preparada, bien equipada con comisarías de última generación conectadas a un sistema de cámaras instaladas por toda la ciudad, estará lista para acudir a proteger a ciudadanos que finalmente sienten que pueden vivir sus días en paz. Una ciudad ordenada y reconquistada en tiempo, espacio y oportunidades gracias a que finalmente el orden trajo orden. De pronto, la Universidad Agraria de La Molina me vuelve a la realidad. Han transcurrido una hora y cuarenta minutos desde que salí de la Vía Expresa. Todo lo anterior parece imposible. Es verdad, parece. Pero la realidad es otra. Lo cierto es que todo lo imaginado y mucho más sí es posible. Depende de nosotros, los limeños, y de nadie más.


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