El asesinato de los integrantes del semanario francés Charlie Hebdo, ejecutado por fundamentalistas islámicos, ha dejado en shock a Francia (en palabras del presidente Hollande) y a gran parte del mundo. La mofa sistemática del magazine en contra de las religiones (especialmente del islam extremo) provocó este condenable atentado terrorista. Sin embargo, ¿cuál es el debate detrás de esta tragedia?
Un caricaturista es un columnista elaborado. El humor es su vehículo preferido para transmitir sus argumentos, su crítica, su molestia, sus anhelos. Es mucho más que un dibujante; lidera la opinión mediante la parodia, la cual algunos pueden considerar un discurso ofensivo. Pero precisamente, como diría Ronald Dworkin, tiene todo el derecho de ridiculizar.
La sátira puede llegar a agraviar, sobre todo cuando se hace a partir de creencias religiosas, orígenes raciales, adscripciones clasistas. Los principales conflictos en la historia se han gatillado, precisamente, en nombre de estas identidades: religión, raza, clase. De hecho, los totalitarismos suelen basarse en tales estructuras para justificar sus opresiones. Dado que son enemigos de la pluralidad, dividen a la sociedad y toman partido por un lado: matan por una religión, consideran una raza superior a otra y ‘revolucionan’ la sociedad para imponer la dictadura de una clase. Desestiman la tolerancia, desaparecen al ‘otro’.
Por eso las tiranías violentas de la religión, la raza y la clase se hallan en las antípodas de los principios de la democracia: el respeto a la vida y a las libertades; principios que resguardan contra el sacrificio humano, aunque el humor dañe. Por los hechos de ayer en París, no solo el humor político se viste de negro, también la democracia.
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