26.ABR Viernes, 2024
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Opinión

“Esta semana nos visitaron dos autores argentinos que sostienen que de alguna manera Marx ganó la guerra ideológica y la perdieron los heterosexuales y los valores tradicionales judeocristianos”.

Solo una vez en ocho años me levantaron una nota. O sea, quien estaba a cargo del diario no permitió que se publique. En esos mismos ocho años, quizás solo un puñado de veces alguien en la última etapa de la edición (nunca había un solo responsable puntual a quien señalar) decidió que había que “ajustar” alguna o algunas cosas y el titular de la nota terminaba no diciendo lo que decía la nota o la nota no decía lo que yo había querido decir.

Lo primero fue una censura clásica. Esa entrevista que le hice al gerente general de la Bolsa de Valores de Lima sobre buen gobierno corporativo nunca vio la luz porque lo que allí decía no le convenía a alguien en el diario para el que trabajaba. Quise renunciar, por supuesto, pero me convencí de que eso no ayudaba a nadie y menos a los lectores. “¿Cuántas notas vas a poder sacar que digan lo mismo sin que se den cuenta?”, me pregunté. Y así fue, en los días sucesivos escribí cuatro notas que decían lo mismo que la entrevista y nadie se asustó. A veces es solo cuestión del tamaño de las letras. Otras veces, no.

Esta semana nos visitaron dos autores argentinos que sostienen, más o menos, que de alguna manera Marx ganó la guerra ideológica y la perdieron los hombres heterosexuales y los valores tradicionales judeocristianos. Lo diferente es malo y hay que suprimirlo de la sociedad: en tu cuarto puedes hacer lo que te da la gana, pero en público te comportas como se “debe”. A lo falangista, a lo Franco y a lo Sodalicio, que auspician su venida.

¿Había que escucharlos o reprimirlos? ¿Lo que tienen que decir es útil y aporta a la formación de la opinión pública, aunque su discurso esconda un claro mensaje misógino y homófobo? Yo creo que sí. ¿Usted?


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