18.ABR Jueves, 2024
Lima
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Opinión

“Vivimos en un sistema dominado por la ilusión de que todo se resuelve con dinero. Pero el agua no es un recurso renovable y los glaciares se están derritiendo”.

Felizardo, Rambo y Juan Gómez viven en Santa María de Nieva, Condorcanqui, Amazonas, y pertenecen al grupo social que los nativos denominan colonos, como suele llamarse en la selva al que llega de la sierra. Cada cual más chambero que el otro, los tres hermanos se han casado con mujeres nativas y han aprendido a construir casas de madera, tejer techos con hojas de palmera, cazar animales, cultivar plátanos y yucas, pescar con redes y lanzas, hacer canoas e incluso hablar awajún. Pero nada de esto sabían hace unos 50 años, cuando llegaron.

Los hermanos Gómez vivían en un caserío de Santo Tomás de Cutervo cuando eran niños, con sus padres. Tenían algunos cultivos y se dedicaban principalmente a la ganadería. Pero las lluvias empezaron a escasear y, por más que resistieron los primeros años, llegó el día en que las quebradas se secaron, los cultivos desaparecieron y sus vacas dejaron de producir. Aun así resistieron, rezaron y confiaron, pero finalmente se resignaron a partir en busca de otras tierras. La familia Gómez cargó a sus caballos famélicos con lo que les quedaba para comer, algunas mantas, la ropa que tenían puesta y sus últimos ahorritos, y empezaron a caminar en busca de algún paraje verde que les devolviera la esperanza.

La hégira incluía niños, perros, una que otra gallina y las pocas vacas flacas que quedaban. La peregrinación duró meses. Meses en los que dormían donde les caía la noche y lograban comer algo con ayuda de la gente que iban conociendo en el camino, a cambio de ayudarlos con algún trabajo comunitario. Así, caminando, subiendo a camiones cuando podían, llegaron finalmente a la selva del Alto Marañón y se instalaron en tierras vírgenes para empezar de cero. Los nativos al comienzo los miraban con recelo pero, viendo que eran gente muy trabajadora y honrada, les permitieron quedarse en el río Nieva.

Cuando hace unos meses Lima se quedó sin agua, los recordé más que nunca. Vivimos en un sistema dominado por la ilusión de que todo se resuelve con dinero. Pero el agua no es un recurso renovable y los glaciares se están derritiendo. Los eventos climáticos son cíclicos, en octubre y noviembre tuvimos sequías en el norte del Perú, luego llegaron los diluvios, pero no tuvimos capacidad alguna de aprovechar ese exceso de agua. De modo que la mejor lección fue la más sutil: da igual cuánta plata tengas, llegará el día en que nadie pueda calmar tu sed. Y cuando llegue ese momento, todos seremos los hermanos Gómez, buscando dónde rehacer nuestras vidas y, quién sabe, para entonces ya no haya tierras libres ni gente generosa que nos acoja.


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