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Opinión

*_“Les he escupido en la cara a muchos hombres
que se han creído con derecho a decir algo vulgar sobre mi cuerpo”._*

En su libro Todos deberíamos ser feministas, la revolucionaria escritora nigeriana Chimamanda Ngozi afirma que todos tendríamos que estar rabiosos ante la injusticia de la violencia de género, y que la rabia tiene una larga historia de propiciar cambios positivos.

Hace unos meses, estaba corriendo por la playa y un perro me saltó encima. Luego mordió y reventó la pelota con la que jugaba mi hija. Cuando le di un “estatequieto”, vino su dueño a reclamarme. Le sugerí que lo educara mejor y seguí corriendo. El dueño se burló de mí, remedándome. Tengo un geniazo pero me contuve, solo quería seguir corriendo. Al poco rato también llegó mi perro a la playa. Inmediatamente los dos animales se trenzaron en una pelea extrema.

El dueño del otro no atinaba a nada, de modo que yo saqué a mi perro de entre los colmillos de su perro y lo lancé unos metros más allá, recriminándole por pleitista. Recién entonces, cuando el hombre que se había burlado de mí vio mi determinación y mi fuerza física, se disculpó y expresó su respeto (miedo).

Esta escena, que parece tan irrelevante, denota un machismo abusivo y primitivo, un: “Vamos a maltratarlas a menos que demuestren que –serán mujeres, pero– también pueden ser violentas”.

Muy bien, entonces, ya que son tan cobardes que solo pueden ejercer el respeto por miedo, vamos a darles eso: miedo. De ahora en adelante ya nadie será una princesa. Yo nunca lo fui, nunca me trataron como tal y quizás por eso jamás me muestro frágil. Es más, crecí con la obsesión de ejercitarme y verme fuerte, y sé que la excusa era no engordar, pero el tema de fondo era que nadie se metiera conmigo. Intimidar, tener los brazos y las piernas musculosas, demostrar que podía meter un puñete, una patada, no achicarme.

Les he escupido en la cara a muchos hombres que se han creído con derecho a decir algo vulgar sobre mi cuerpo. Le he roto el parabrisas con la mano a un chofer de combi borracho que trató de abusar de una amiga. Le he gritado violador en la calle a un chico que abusó de la hija de otra amiga. Les he dicho, a los hombres que me acosaron, que si volvían a hacerlo no iba a llamar a mis hermanos para que me defendieran –pese a que encantados lo harían–, sino que yo misma iba a romperles la nariz.

Todo esto, que puede sonar muy valiente, hubiera preferido nunca tener que hacerlo, porque vivir permanentemente a la defensiva es no disfrutar, no ser tú misma. Pero mientras haya hombres así no queda otra. Por eso hoy marcha vestida como te dé la gana pero con la pata en alto, con rabia, mostrando tu furia, intimidando. Esa rabia es necesaria para sobrevivir. #NiUnaMenos.


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