Carlos Meléndez,Persiana Americana
Los desastres naturales retan la capacidad estatal para proteger a sus ciudadanos. Hace siete años un terremoto desoló Ica y dejó a dicha región pujante en medio de un déficit de infraestructura serio y con una desafección política muy grande. La tardía intervención estatal y la inversión privada han terminado empujando su motor productivo con resultados aparentemente positivos.
Ica muestra cifras económicas auspiciosas respecto al resto del país. Según el Índice de Competitividad del IPE (2014), ocupa el puesto seis entre 24 regiones, es decir, un desempeño económico solvente y avances en infraestructura, salud y educación. Sin embargo, a nivel político y social cunde un gran descontento. Según cifras de la ENAHO (2013), es la región con mayor rechazo ciudadano al Estado, con un 30% que no prefiere la democracia como régimen político, con una gran desconfianza en sus autoridades locales y con dos tercios de su población que identifican a la corrupción como el principal problema departamental. En otras palabras, es la región con mayor crisis de representación política del país a pesar de su alto nivel de competitividad. ¿Por qué?
Ica ejemplifica la paradoja peruana: crecimiento sin política. El apasionamiento y la obsesión por los indicadores económicos ha descuidado la intervención política (gesto, presencia, enraizamiento). Los mismos responsables políticos reducen su intervención al plano económico. Es como si los gobernantes y tecnócratas estuvieran perdidamente entregados a los brazos de la economía y fueran manipulados por ella, como el embrujo de la “niña mala” vargallosiana, que opera a su travieso antojo sin ver el daño (institucional, en este caso). El verdadero amor, en cambio, está en otra parte.
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