26.NOV Martes, 2024
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Opinión

Satisfechas casi todas las principales demandas de la oposición, recompuesto el gabinete, expectorado Urresti y reunidos en Palacio el presidente Humala, Alan García y Keiko Fujimori bajo el telón de fondo del espionaje chileno, el asunto pendiente para que la fiesta se lleve en paz con el gobierno de cara al proceso electoral del 2016 se llamaría Nadine Heredia.

“Se falta el respeto a una dama, a una mujer, si se le falta el respeto a una primera dama qué no le harán a ustedes”, ha dicho el presidente ante una multitud en Huánuco acusando a la oposición –léase apristas y fujimoristas– y a la prensa –léase El Comercio– de montar una campaña difamatoria contra su esposa.

No viene al caso discutir aquí la legitimidad de los hechos por los cuales la señora Heredia y su entorno familiar están bajo la lupa. Lo relevante es que para el presidente no existe, tratándose de su mujer y por más jefa del Partido Nacionalista que sea, el límite entre lo político y lo personal. Por lo tanto para el presidente cualquier distensión será precaria en cuanto la política Nadine Heredia no sea tratada como la primera dama Nadine Heredia.

El presidente pide la cuadratura del círculo pues, aparentemente, no está dispuesto a prescindir de esa dualidad tan cómoda que significa que su esposa sea primera dama mientras lidera programas sociales ad portas de una campaña electoral en la que probablemente participará y jefa del partido oficialista mientras coordina con ministros, parlamentarios de su bancada y se sienta de igual a igual con los líderes políticos de la oposición.

No es pues muy razonable concederle al presidente y esposo lo que pide. Políticamente sería absurdo extraer de la crítica pública a quien preside un partido político como la señora Heredia. Éticamente sería inadmisible pretender que se guarde silencio sobre una serie de cuestionamientos que la atañen por el hecho de ser mujer o primera dama. El hecho es que en cualquiera de los dos casos el presidente considera una injuria que se señale a su mujer.

La tregua política será corta entonces, para lamento de todos. Lo que el presidente y su cónyuge no han entendido a año y medio de dejar el poder es que el estilo de gobierno que inauguraron como “pareja presidencial” y que persisten en mantener hasta el final, tiene consecuencias. Mientras duró la fiesta se beneficiaron ambos. Allí nadie dijo “no hablen de mi esposa”. Ahora que la fiesta está terminando mal es un poco tarde para decir “no se metan con mi esposa”.


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