Sara no quiere saber nada de Arturo. Hace cinco meses terminó su relación con él, por razones delicadas. Se pelearon y no acabaron bien. Desde entonces, no se han hablado. Cero comunicación. Ella se ha asegurado de que no ocurra intercambio alguno de palabras. Ni siquiera de miradas.
Para empezar: renunció a su trabajo. Ambos se conocieron en una empresa, ahí se enamoraron y ahí tenían que seguir viéndose por un largo tiempo, hasta que terminen sus respectivos contratos. Sara estaba tan dolida –sentía que Arturo la había traicionado de manera ruin– que se vio obligada, primero, a cambiar de área. Como, igual, cabía la posibilidad de verlo en los pasillos o el ascensor del edificio, prefirió buscar otro trabajo.
Luego, se cambió de número telefónico. Lo tenía hace diez años, pero decidió comprar una nueva línea para, precisamente, evitar llamadas, mensajes de texto y WhatsApp por parte de Arturo. En cuanto al Facebook, puso al ‘ex’ en la lista de contactos bloqueados, de modo que no pudiera contactarla ni ver siquiera su perfil. Terminó de hacerse invisible para él con un acto extremo al crear una nueva cuenta de correo electrónico.
En cuanto al mundo material, Sara ha evitado asistir a reuniones sociales en las que, por tener amigos en común, la presencia de Arturo se considere un hecho. Al principio, su actitud era “si va Arturo, no voy”, pero luego se convirtió en un veto radical: simplemente, dejó de ir. No soportaba la idea de cruzarse de nuevo con él en persona.
¿Cuán saludable es actuar de esta manera? Veamos. Por un lado, es válido no querer establecer ningún tipo de contacto con el ‘ex’. De hecho, ella lo ha considerado saludable para ella misma. Debe tener sus motivos. Sin embargo, la discusión puede centrarse en los límites. Es decir, abandonar el trabajo, cambiar de número y dejar de frecuentar lugares por el temor a ver a Arturo es algo que, definitivamente, tiene un alto costo. ¿Sacrificar la estabilidad laboral? ¿Hacer un trámite para tener un nuevo número? ¿Privarse de ver a los amigos de siempre?
Sara es libre de hacer lo que guste, pero no hay duda que puede resultar exagerado lo que ha hecho. Sobre todo porque Arturo no ha intentado acercarse a Sara después de que terminaron. Se sentía lo suficientemente responsable de la ruptura, así que ganas no tenía de verla nuevamente. Sara, mientras tanto, cree que Arturo está rondando por ahí, al acecho, esperando su momento para comunicarse. Qué paradoja.
SABÍA QUE
- Antes de tomar decisiones radicales “preventivas” –como cambiar de número o abrir una nueva cuenta de Facebook–, es mejor esperar y saber responder. Si uno no quiere tener más contacto, basta con responder y dar a conocer al ‘ex’ lo incómodo que resulta.
- Situación distinta es el acoso. Si a pesar de las advertencias el ‘ex’ no se porta bien, hay que tomar medidas serias.
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