“No me gusta el plástico, me da alergia”, afirma Úrsula (38). “Además, tengo diez años de casada y jamás me ha interesado usar vibradores, disfraces ni demás sonseras. Hemos visto reportajes sobre ‘sex shops’, pero a mi esposo y a mí no nos importa. ¿Estamos mal por pensar así?”, agrega. Respuesta: no están mal por pensar así. Es una postura válida. Sin embargo, no les haría daño probar algo nuevo.
“En varias columnas y artículos he visto que animan a la gente a usar disfraces eróticos, pero no creo que sea recomendable para todos”, se queja Rodrigo (29). “Me parece cliché decirle a tu pareja que se disfrace de enfermera, policía o mucama. Bueno, seguramente es la fantasía de muchos hombres, no de todos. Más que sensual, me parecería chistoso”. Buen punto de Rodrigo, pero, como bien dice, es una fantasía popular. Y respetable.
“La lencería erótica es inútil”, cuenta Luz (32). “¿Para qué invertir cincuenta, cien, doscientos soles en ropa que te la van a sacar en dos minutos? Es una pérdida de plata, te lo aseguro. Esos sostenes con encajes, hilos dentales y portaligas solo se ven bonitos en las modelos regias que salen en los desfiles. ¡Solo los hacen para vender!”. Acotación para Luz: esos dos minutos con lencería valen la pena. Además, hay lencería sexy que no es cara.
“Mi esposa leyó un artículo en el que un sexólogo recomendaba el uso de vibradores, pero en pareja. Ella se emocionó y me preguntó si podíamos ponerlo en práctica”, cuenta Ramiro (49). “No me gustó la propuesta. Debo confesar que me perturba la idea de usar un aparato así. Es tener un competidor que funciona mejor que tú en la cama”. Consejo para Ramiro: más que un competidor, es un aliado.
“¿Lencería erótica en invierno? Ni hablar. ¡Hace mucho frío!”, señala Luisa (30). “Mi sensualidad la guardo para primavera o verano, pero en esta época del año me basta con mi pijama de polar. Mi esposo no tiene problemas con eso, aunque a veces me ha sugerido que use algo más ‘hot’. Qué pena, tendrá que aguantarse”, explica. Luisa debería saber que hay pijamas sensuales, como los que diseña la modelo Vanessa Tello.
“Que un vibrador tenga más velocidades que mi licuadora me parece alucinante”, dice Mercedes (35). “No me considero cucufata, pero el tema de los disfraces y los juguetes no me llama la atención. Dudo mucho que al usarlos te cambie la vida sexual automáticamente”, añade. Interesante punto de vista. De hecho, es útil para quienes creen que el accesorio o el disfraz hacen todo el trabajo. También hay que tener conocimientos y, sobre todo, actitud.
Según voceros de la firma Paris Intimates, la industria de los juguetes sexuales mueve alrededor de US$15 mil millones al año. “El mejor juguete será aquel que a ambos les llame tanto la atención que no puedan esperar para probarlo en casa”, escribe la sexóloga Alessandra Rampolla en su portal (www.universoalessandra.com).
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