Andy Murray puso hoy fin a la maldición del tenis británico al conquistar el primer Grand Slam para su país en 76 años, tras derrotar al serbio Novak Djokovic en la final del Abierto de Estados Unidos por 7-6 (12-10), 6-4, 2-6, 3-6 y 6-2.
Nuevo número tres del mundo, Murray es el primer británico que gana un grande desde que Fred Perry se impusiera en la final del US Open de 1936 al estadounidense Donald Budge.
Andy tuvo que sufrir para ganar a Djokovic, segundo del ranking, que resucitó cuando iba dos sets abajo en un intenso e igualado duelo, disputado con mucho viento y cierto frío en la cancha Arthur Ashe, la pista de tenis más grande del mundo.
El británico puso al fin su nombre en la lista de ganadores de Grand Slam, un grupo reducido y desde hace unos años muy seleccionado. Desde Roland Garros 2004 sólo hubo cuatro diferentes: Djokovic, el suizo Roger Federer, el español Rafael Nadal y el argentino Juan Martín del Potro.
Aunque hace poco más de un mes se quitara presión al ganar el oro en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 sobre el césped de Wimbledon, Murray aún tenía una pesada carga en la espalda.
Ningún británico logró alzarse con un grande desde la década aquel 1936. Bunny Austin perdió dos finales, en 1937 y 1938, cuando el título de Perry aún estaba reciente.
Pero los años pasaban y ninguno lo lograba. John Lloyd cayó en la final de Australia 1977 y Greg Rusedski, canadiense nacionalizado británico, perdió en 1997 el US Open.
Y Murray también contribuyó a alargar la agonía.* El británico sucumbió en las cuatro primeras finales que disputó (US Open 2008, Australia 2010 y 2011 y Wimbledon 2012) antes de liberar al tenis británico* de tan pesada carga con una victoria de cuatro horas y 54 minutos.
El partido comenzó con nervios y con una igualdad máxima. Después de una hora y 27 minutos con varias roturas y cuatro pelotas de set a favor de Murray, el británico se apuntó la manga con un 12-10 en el tie break.
Su entrenador desde 2010, el checo-estadounidense Ivan Lendl, no celebró el primer set a diferencia del resto del palco del tenista. Lendl, que también tuvo que esperar a su quinta final de Grand Slam para ganar, sabía que la primera manga era sólo el comienzo. Y no se equivocaba.
Murray y Djokovic hicieron honor a su fama de grandes restadores y complicaron en todo momento los servicios de su rival. Un dato lo refleja: el duelo terminó sólo con tres aces más que dobles faltas.
El británico continuó haciendo daño a Djokovic con su juego y rápidamente se puso 4-0 en el segundo set. Pero aparecieron los nervios: cedió su saque con 5-3 y abrió una puerta a Djokovic.
Sin embargo, Murray se la cerró con una nueva rotura y un nuevo set. Solo seis juegos le separaban de volver a encumbrar al tenis británico. Su palco era un manojo de nervios.
Pero Djokovic despertó. Lanzó un grito feroz cuando ganó un igualado punto para poner el 1-1 en el tercer set avisando a Murray de lo que se avecinaba. Quebró a su rival en dos ocasiones y postergó un poco más la fiesta británica.
Y el serbio insistió en demorar por un tiempo más la celebración de Murray. El número dos del mundo se llevó de forma incontestable la cuarta manga y tenía los precedentes de su parte: en las semifinales de 2011 remontó dos sets al suizo Roger Federer.
Pero Murray no se achicó ante un Djokovic que desbordaba confianza. Rompió dos veces al serbio y no se puso nervioso en el juego definitivo, que se resolvió con dos revisiones por ojo de halcón, algo con lo que Fred Perry no pudo contar hace 76 años.
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