“Unicef analiza los problemas que afectan a la niñez, denuncia dónde son violados sus derechos, señala quién tiene la obligación de hacer algo al respecto y ayuda a estos actores a realizar acciones efectivas para solucionar los problemas detectados”. Susana Sotolli, directora de Programas de Unicef, nos explica el trabajo de la institución que representa. Aprovechamos su visita a nuestro país para hablar de los principales problemas que afrontan los niños y jóvenes de América Latina.
¿Cuán parecidos y cuán distintos somos en América Latina?
Tenemos características comunes y estructurales que no se encuentran en otros lugares del mundo y que nos dan consistencia, una que los propios latinoamericanos no vemos ni aprovechamos ni la usamos para integrarnos; pero también somos muy heterogéneos, sobre todo en nuestros caminos políticos, sociales e institucionales.
Según un estudio realizado en 25 países del continente, el 33% de la población escolar declaró haber sido víctima de bullying durante el último año. La cifra es bastante alta…
Hay que ver esto dentro de un contexto más amplio, y este es el de la violencia contra los niños. Otros tipos de violencia pueden ser no visibles pero no significa que no estén presentes. El bullying ha ganado notoriedad en los últimos años y muestra que los niños conviven en un sistema de relaciones que es bastante autoritario. Los niños reproducen lo que ven el mundo.
¿Este comportamiento agresivo tiene que ver con nuestra idiosincrasia?
Tiene que ver con cómo los niños ven que, en el mundo adulto, se dirimen las dificultades, los conflictos. Tiene que ver con la falta de opciones para ejercer la tolerancia, para dialogar aun cuando se tengan puntos de vista diferentes. Aquellos niños que puedan sentirse como diferentes no deben ser sometidos a la burla, al acoso, pero, repito, el comportamiento violento de estos no es ajeno a lo que ven en el mundo adulto, en sus hogares, en la política, en los medios.
¿Cómo enfrentar el bullying?
Yo hablaría de cómo enfrentar la violencia. Lo primero es tener datos, un análisis que te diga dónde, cómo, quiénes, pues la estrategia podría ser errada si no se conoce el problema. El año pasado, Unicef lanzó un programa mundial para poner fin a la violencia infantil: crear conciencia, hacer visible el abuso, trabajar en las escuelas, hacerlas más democráticas, trabajar con las familias, etcétera. Repito, hay violencia que pasa desapercibida, que no denunciamos: por ejemplo, los castigos físicos de los padres hacia sus hijos, pues la asociamos con la disciplina, como una práctica necesaria para criar, para educar. Esto es violencia, no educa, no disciplina. Esto no significa que se deba penalizar a las familias, menos a aquellas que no tienen información o capacidad de lidiar con estos temas. Lo que se debe hacer es que las políticas públicas apoyen a los padres que no conocen otras opciones para criar a sus hijos.
Si se es mujer, menor de edad y campesina, las situaciones de abuso y violencia crecen…
Así es. Si eres mujer, joven, campesina y pobre los factores de discriminación se potencian. Por eso, la información es muy importante porque solo así se combatirán los núcleos duros de la exclusión. Sin embargo, hay datos que resultan alentadores: en 2014, la Convención por los Derechos del Niño cumplió 25 años. Comparamos la situación de un niño nacido cuando la Convención se aprobó con la del nacido en esta época, y las mejoras son notables. En América Latina se ha renovado el marco normativo, y las legislaciones han adoptado los principios de la Convención. Ok, quizá dar normas no sea suficiente, quizá estas se quedan muchas veces en el papel, pero la realidad es que a partir de ellas se han creado políticas públicas, se han asignado presupuestos, servicios y programas. Por otro lado, la violencia y la discriminación dejan de ser un tabú y se ponen en el debate público.
¿Tiene en mente una política pública creada a partir de hacer visibles estos problemas?
Le doy un ejemplo de algo sucedido en el Perú: hay evidencia científica absoluta que dice que si un niño no recibe, desde su nacimiento hasta cumplir mil días, una nutrición adecuada, cariño, afecto y salud y todo lo demás, su desarrollo cognitivo se dañará y esto puede determinar trayectorias de vida en desventaja con respecto a otros niños que sí tuvieron un buen comienzo en la vida. Esto ya no es novedad para los hacedores de políticas públicas, y en el Perú esto sucedió: hoy la primera infancia y el asegurar este buen comienzo en la vida es parte del trabajo que realiza el Estado. Hoy se reconoce que invertir en la primera infancia es una cuestión ética y de respeto de los derechos de las personas, no un asunto de caridad y, además, una inversión para el desarrollo del país que tiene un rédito muy alto.
Somos un continente con mucha población joven. Se reconoce a esto como un plus. ¿Estamos aprovechando este plus?
Hay mucho por hacer. Hay que poner más atención a la segunda década de la vida de un niño. Se invierte en los pequeños, logramos que tengan un buen comienzo en la vida, que vayan a la escuela y, después, cuando son adolescentes arriesgamos lo ganado por descuidarlos, por no seguir preocupados por ellos, por no continuar con políticas públicas adecuadas, por no invertir en ellos. Muchas veces sentimos que pueden cuidarse solos, que ya no son niños. Además, asociamos “adolescencia” con “problemas”, “delincuencia”: esta narrativa debe modificarse, pues la adolescencia también es una etapa de creatividad, de energía, de búsqueda y hallazgo. Como sociedad debemos canalizar mejor esta energía y hacer que sientan que tienen voz y son tomados en cuenta.
También preocupa el alto índice de embarazo adolescente…
Es alto a pesar de la amplia información que hay. No hemos podido identificar la complejidad del problema. Un embarazo adolescente trunca un proyecto de vida, por eso, la transición sana de la adolescencia a la vida adulta resulta indispensable. Por eso, se hace necesaria, por ejemplo, una adecuada inserción laboral, de lo contrario de nada servirá tener una población joven.
AUTOFICHA
■ “Nací en Argentina. Antes de mi actual cargo en NY, fui la representante de Unicef en México. Estudié Psicología Social, luego hice una maestría en Sociología y un doctorado en Sociología y Ciencias Políticas”.
■ “Mi tesis analizó los ‘programas de ajuste estructural’ desarrollados en América Latina en los 80. Ellos buscaban equilibrar la economías. Las políticas sociales sufrieron sus embates”.
■ “Unicef creó el programa ‘Ajuste con rostro humano’. Trabajé allí. Pedíamos tener en cuenta los costos sociales de estos programa, sobre todo en los niños. Así entré a Unicef, primero como consultora externa”.
Por Gonzalo Pajares (gpajares@peru21.com)
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