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Columna Vertebral: Tristes, voyeristas y solitarios

“(La mujer ajena) se trata de un volumen singular, logrado y edificado a base de obsesiones personales que enriquecen y adensan los textos que lo conforman”.

El momento singular por el que transcurre la nueva narrativa peruana ha conseguido que nos detengamos tanto en los autores que publican en nuestro país como en aquellos que conforman la legión extranjera, es decir, los escritores nacionales que viven y editan sus obras en otras latitudes. Hace unos meses reseñé aquí a Richard Parra, quien reside en España, a propósito de su estimable libro Los necrofuckers; en el 2015 cayó en mis manos Ríos de ceniza, la sugerente novela de Félix Terrones, quien radica en Francia hace varios años, y puedo seguir enumerando más casos. El último ejemplo por considerar es un narrador que vivió un buen tiempo en Barcelona, Ramón Bueno Tizón, y que a finales del 2014 sacó a la luz su segundo conjunto de cuentos, La mujer ajena, el cual ha llegado con algo de retraso, pero cuyos méritos obligan a olvidar cuestiones cronológicas y dedicarle un comentario, pues se trata de un volumen singular, logrado y edificado a base de obsesiones personales que enriquecen y adensan los textos que lo conforman.

Bueno Tizón es un escritor eficiente y con oficio que ha construido esta serie de cuentos a partir de un elemento perturbador: la sexualidad como un signo profundamente negativo y trágico. En todas sus narraciones el hecho de ceder al deseo es un acto de destrucción que degrada y devora lo más preciado de los personajes e incluso a ellos mismos. Esto lo percibimos desde el primer cuento, Nacimiento, quizá uno de los mejores del libro, en el que una niña intenta proteger a su hermano menor de la debacle familiar originada por la infidelidad de su padre, o en María Ozawa, la historia de un inmigrante peruano en Estados Unidos que ante su compulsiva soledad se obsesiona con una actriz porno japonesa, cuya imagen, mezcla de inocencia y perversidad, lo acompaña y a la vez le recuerda el deprimente trayecto de su vida en el exilio. También es el caso del breve El almuerzo, donde una aventura nocturna aparentemente condenada al olvido termina por aniquilar, de golpe, el presente y el futuro del protagonista.
Pero de todos los cuentos de La mujer ajena ninguno condensa mejor la visión grotesca, cruel y pesimista de la sexualidad como el que cierra el volumen, Nosotros los que miramos, en el que Bueno Tizón narra el descenso social y moral de un grupo de escolares voyeristas y masturbatorios, que, al resignarse a no poder satisfacer sus apetencias con las mujeres que los rodean, emprenden un viaje al norte del país para peregrinar por los burdeles de la región y, tras su fracaso, acaban a las puertas de una casi forzada relación zoofílica en un porquerizo. La atmósfera turbia, seminal y exasperante de este relato ambienta con acierto las correrías, reflexiones solitarias y humillaciones de los integrantes de la atribulada pandilla; hay que rescatar también los detalles de su interminable vía crucis erótico, repletos de humor e impiedad. En resumen, un libro recomendable que debería servir a Bueno Tizón como punto de partida para seguir trabajando una inquietante veta cuya exploración recién está iniciando.

FICHA
Nombre: Ramón Bueno Tizón
Obra: La mujer ajena. Candaya, 2014. 122 pp.
Relación con la autora: Ninguna.
Puntuación: 3.5/5 estrellas

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