23.NOV Sábado, 2024
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Opinión

La semana pasada, gracias a Idea Internacional y los cuerpos diplomáticos de Chile y Perú, un grupo de periodistas y columnistas de medios peruanos tuvimos la oportunidad de conversar con funcionarios del Gobierno Chileno, incluyendo a la presidenta Michelle Bachelet. Entre varios de los temas que se abordaron, tuve la oportunidad de preguntarle qué recomendaría al Perú respecto a su ingreso a la OCDE. Como se sabe, Chile es miembro de este club desde hace pocos años y su experiencia es útil para este objetivo marcado recientemente por el Ejecutivo y el empresariado nacional. Bachelet solo tuvo aspectos positivos que resaltar. De hecho, no reconoció errores en el proceso. Más allá de los altos costos que implican la admisión y membresía (el canciller chileno Muñoz fue más sensible a los gastos), considera que los beneficios valen la pena. No solo por su “sello de calidad”, sino porque permiten contar con una alta asesoría tecnocrática para las reformas estructurales que requieren países en busca de su consolidación económica. La presidenta chilena nos recomienda apostar.

Sin embargo, cuando la sociedad chilena se planteó el reto de incluirse en la OCDE, partía de un nivel superior al nuestro en lo fundamental: la institucionalidad política enraizada en cada ciudadano. El ministro vocero Elizalde lo subrayó: “En Chile prima el ejercicio impersonal del poder”. Las garantías del Estado de derecho y el control de la informalidad fueron asuntos resueltos antes de plantearse el ingreso al “Primer Mundo”. ¿Seremos capaces de cumplir con los estándares requeridos y a la vez solucionar males históricos en pocas décadas? Solo espero que no caigamos en el “maquillaje” de cifras. Insisto en mi crítica, sin caer en el pesimismo.


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