27.NOV Miércoles, 2024
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Opinión

La estadounidense Sabrina Cargotelli subió a Facebook las fotos donde aparece posando sonriente junto a cadáveres de jirafas, cocodrilos, jabalíes y otros animales cazados por ella misma, en un parque nacional de Sudáfrica. Como era lógico, una avalancha de críticas le cayó encima como balas de fusil. En su defensa, la miserable mujer dijo: “Todo el mundo piensa que somos asesinos, pero hay una conexión con el animal; que lo cacemos no significa que no lo respetemos”. Hechos como este generan repudio en el mundo. En el Perú, por ejemplo, esta noticia ha sido compartida en casi todos los medios. Sin embargo, otra diversión humana igual de salvaje como las corridas de toros no recibe la misma censura. En diarios y revistas publican “a full color” fotos de toreros mostrando orgullosos las orejas ensangrentadas de sus presas, toros botando sangre por la boca y con el lomo atravesado por espadas y banderillas; porque en países menores como el nuestro, la tauromaquia es considerada una tradición. Está claro que los aficionados a las corridas no se diferencian en nada a la criminal estadounidense cuando dicen que respetan a los toros, que los “indultan” cuando lo merecen y que hay arte en sus asesinatos, pero está claro también que los hombres respetamos la vida solo cuando nos conviene.


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