22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Marly Jáuregui me etiqueta en Twitter al escribir a Perú21 en respuesta a un tuit del diario que preguntaba al público “¿A qué muñeco de un personaje peruano quemarías por Año Nuevo?”. El tuit llamaba a la interacción, pero se basaba en una encuesta hecha por Datum sobre personaje del 2016, objetivos para 2017 y, además, “a qué personaje peruano quemaría” (se publicó el jueves 29 de diciembre).

Marly escribió entonces: “@Sres Perú21pe los bomberos están haciendo campañas de prevención de incendios, por favor ayuden o no estorben”. El tuit tuvo algunos likes y un par de retuits.

En lo personal, nunca me gustó la tradición local de hacer y quemar muñecos, lo cual convertía la ciudad en una suma de humos tóxicos. Pero desde que empezaron a hacer muñecos de personajes políticos y de farándula o deportistas, se volvió casi una tradición ir a verlos en las galerías del Centro de Lima y hasta comprar alguno como un adorno de las reuniones de fin de año.

Hubiera preferido que la pregunta de Datum fuera “¿A qué personaje quisiera ver como muñeco de Año Nuevo?” y no usar el verbo ‘quemar’. Como dice Marly, los bomberos pidieron hace tiempo no quemar muñecos; y no hay que olvidar que desde hace algunos años, los municipios sancionaron la quema de estos en las calles. Pero, aparte de ello, la frase de la lectora “no estorben” me detuvo y me hizo pensar en las veces en que por una sola nota o un titular se pretende evaluar a un medio o a un periodista, (des)calificarlo, condenarlo y con gusto lo llevan a la hoguera. Claro que en este caso no fue la intención de ella.

Vengo de tiempos no digitales de la prensa. Nunca faltaron los errores (los periodistas también somos seres humanos y, como tales, no somos infalibles); se hacían críticas, pero las recuerdo diferentes, digamos saludables, en su mayoría fundamentadas, con argumentos. Leer cartas de lectores o televidentes podía llegar a ser una tarea deliciosa, en la que incluso se aprendía. Pero en la última década y con el apogeo de las redes sociales como Facebook y Twitter, es como si a cada paso, a cada titular, a cada frase, foto, video o texto le hubieran puesto un lente de aumento y a partir de ello se hubiera dado licencia general para ‘apanar’, sin hacer un alto, sin reflexión previa.

Por otro lado, muchos periodistas caen en ese mismo comportamiento en las redes soltando cualquier dato o pregunta sin contexto, lo cual es un peligro, pues el público toma el dato como cierto o le da otra relevancia, pues quien lo difunde es un medio o un periodista. Ojalá dejemos de quemarnos los unos a los otros como esos tristes y viejos muñecos en Año Nuevo. El ambiente está contaminado y nos aleja de la reflexión y de la evaluación crítica permanente al que debe estar sometido nuestro trabajo. Recordemos, además, que si se piensa que cualquiera con un celular de alta gama puede ser periodista, entonces algo estamos haciendo mal. Que 2017 sea un año productivo, de mejora y de crecimiento.


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