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Opinión

Juan José Garrido,La opinión del director
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El Sistema Privado de Pensiones tiene una falla de origen: si bien nació con fines previsionales, fue rápidamente empleado como un fondo de inversiones. Por un lado, se restringió el mercado (¿por qué los bancos, empresas de seguros, fondos de inversión, entre otros, no podrían administrar dichas cuentas?), pero, sobre todo (y es aquí donde se les ve el fustán), impusieron esa absurda cuota de inversión en el extranjero.

Así, gobierno tras gobierno ha visto el verdadero beneficio de las AFP: servir como fondo de inversiones –obras públicas, asociaciones público-privadas, entre otras– además de sostén del financiamiento de los grandes proyectos privados.

Si el fin del sistema fuese, en estricto, de carácter previsional, lo primero que deberíamos tener es la mayor oferta posible; por ejemplo, ¿por qué no podría un peruano tener sus fondos en una AFP americana, francesa o suiza? Lo segundo es más sencillo: si los fondos están destinados a un uso posterior, lo lógico es minimizar los riesgos políticos y económicos. Si el porcentaje de inversiones en el extranjero no existiese, muchos preferiríamos no asumir el riesgo político local (a costa de menores ingresos).

Hecha la trampa, el problema es que hoy los fondos están dispersos en centenares de inversiones y están previstos para decenas de proyectos. La primera reforma debería estar dirigida a minimizar los riesgos políticos; léase, que un gobierno populista hoy o mañana meta las fauces y se quede con el fondo (para quienes creen que ello es imposible, pregúntenle a un argentino qué les decían antes de la expropiación).

Lo segundo es ampliar el mercado de administradoras, y ello no se trata de absurdas ideas como la de la subasta, sino de minimizar las regulaciones y aprovechar los mercados globales y las tecnologías de información. De mi AFP solo recibo una comunicación digital una vez al mes; no sé dónde están sus oficinas y, francamente, no me importa. Podrían estar en Singapur y me daría lo mismo.

Soluciones hay; el problema es quién le pone el cascabel al gato.


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